3 de enero del 2011 - Por Carmen Samano
Llegaron a Mara, lugar que se llama así porque sus aguas son amargas, y no pudieron apagar su sed allí. Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moisés, y preguntaban: “¿Qué vamos a beber?” Moisés clamó al SEÑOR, y él le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moisés al agua, y al instante el agua se volvió dulce.
En ese lugar el SEÑOR los puso a prueba y les dio una ley como norma de conducta. Les dijo: “Yo soy el SEÑOR su Dios. Si escuchan mi voz y hacen lo que yo considero justo, y si cumplen mis leyes y mandamientos, no traeré sobre ustedes ninguna de las enfermedades que traje sobre los egipcios. Yo soy el SEÑOR, que les devuelve la salud.”
--Éxodos 15:23-26
El murmurar o quejarse es un pecado que muchas veces ignoramos. Algunas veces nos enfocamos más en los “pecados grande” como el homicidio y el adulterio, de tal manera que no le damos importancia a este pecado. Pero el Señor no lo pasa por alto, sino todo lo contrario. La murmuración es un asesino silencioso. ¡Este pecado fue la causa de una plaga que mató a miles de Israelitas! (Ver Números 16.) Arriba leemos cómo los Israelitas, quienes tenían una sed desesperante, sólo miraron que el agua que habían encontrado estaba amarga y no se podía tomar. ¡Qué rápido se olvidaron del Dios que los sacó de Egipto, con señales y prodigios! Ellos habían sido testigos de cómo Dios había dividido el Mar Rojo y destruido a los que los habían esclavizados. Aún así, prontamente volvieron a mirar los problemas en frente de ellos, olvidándose por completo del poder milagroso de su Dios.
Entonces comenzaron a murmurar contra Moisés. Pero en realidad ¿no estaban ellos dirigiendo su murmuración en contra de Dios? Una vez más, Moisés intercedió por ellos. Les reveló la fidelidad de su Dios que respondía a todos sus problemas y proveía para todas sus necesidades. Una vez más, Moisés les enseñó con su ejemplo. Ellos sólo tenían que clamar delante de Dios en humildad para ser escuchados.
Muchas veces, al igual que los israelitas, nosotros miramos nuestras circunstancias sólo con nuestros ojos físicos. Al no mirar con ojos de fe caemos en la trampa de estarnos quejando. Y si eres como yo, es posible que cuando empiezas a quejarte se te hace difícil parar. Muchas veces cuando he dejado correr mi actitud de queja, Dios me habla y me pregunta: “¿No es realmente contra mí que estás murmurando?” Yo tengo que recordar que debo dejar a Dios obrar en mis problemas para evitar caer en el pecado de la murmuración. No dejes que éste pecado tome control de ti. Examínate continuamente porque tanto tú como yo somos vulnerables.
El mismo Dios hacedor de maravillas que sacó a los hijos de Israel de Egipto, sigue obrando hoy. No permitas que tus murmuraciones y quejas te impidan recibir las bendiciones que Él tiene apartadas para ti.