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Vamos ahora a la palabra del Señor, yo quisiera que ustedes buscaran en el libro de Juan, Capítulo 4. Permítanme orar antes de seguir adelante.
Dios te damos la gracia una vez más por la bendición que tenemos de poder ir ahora y entrar en una mediación, Señor, que tiene vida porque es una vida que proviene de ti, Señor. Palabras que salgan de mi boca serán solamente palabras, pero cuando esas palabras están ungidas y cubiertas por tu espíritu, Señor, tienen el potencial de hacer grandes cosas, no por el mérito de uno como predicador, sino por el tuyo Jesús, porque eres tu quien trae vida a los corazones que reciben esas palabras. Así que ahora mismo, Señor, me pongo en tus manos y que esta palabra, Señor, pueda ser de bendición a mis hermanos y hermanas y que los traiga directamente al centro de ti, al centro de tu vida, Jesús. Gracias Dios. Amen. Amen.
Bien, hermanos, es bien interesante el poder estar aquí hoy y compartir con ustedes después de todo lo que ha acontecido a través de esta semana. Yo me imagino que muchos de ustedes han tenido la oportunidad de poder comer con familiares, algunos de ustedes aprovecharon el viernes pasado, ¿cuántos se levantaron bien temprano en el viernes pasado? No se apuren, no les voy a decir que hicieron mal o algo así. ¿Cuántos se levantaron bien temprano?, y tal vez no necesariamente para orar, sino para aprovechar los especiales que estaban aconteciendo en el..... a ver, ¿cuántos se atreven a levantar la mano para eso? No se apuren, no les voy a decir que están en pecado ni nada por el estilo así que no se apuren.
Pero es bien interesante, yo creo que esta etapa en el año, es una etapa bien interesante porque uno es como que comienza a entrar en una transición de una etapa a otra. Unos comenzamos a... ese tiempo de acción de gracia nos empieza a entrar en todo lo que es este holiday season de vacaciones, para muchos, y tiempo en familia, y compartir, y comer en una buena comida con amistades, dar regalos, comprar, comprar, comprar y comprar.
Para muchos eso es lo que significa este tipo de temporada. Pero yo quisiera tratar de enfocarnos una vez más en algo mucho más importante que envuelve toda esta temporada. No tan solamente algo, sino más bien, alguien que envuelve toda esta temporada. Y ese alguien se encuentra en la persona de Cristo Jesús. Así como nuestro hermano Jessie estaba diciendo, cuando uno habla de la misericordia de Dios puede ser un tema bien emocional, porque uno se pone a pensar a si mismo, caramba todas las cosas por las cuales me ha traido y yo veo como esa misericordia ha estado trabajando activa. Uno tiene que tener un corazón de piedra para no llorar. Yo creo que aún los corazones de piedra se rompen cuando la misericordia de Dios verdaderamente llega a nuestras vidas. Es algo que no se puede resistir. Así que, hermano Jessie, te comprendemos cuando sientes esa emoción y esa pasión. We’re with you, my brother.
Juan, Capítulo 4, verso 5, dice así la palabra del Señor: “...Vino pues a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob, entonces Jesús cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta, -buen español, algunos entienden que esto era como mediodía- De pronto vino una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dijo, ‘dame de beber’, pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo, ‘¿cómo tu siendo judío me pides a mi de beber que soy mujer samaritana?’ –porque judíos y samaritanos no se llevan bien- Respondió Jesús y le dijo, ‘si conocieras el don de Dios –y hago un hincapié en esa frase, si conocieras el don de Dios- y quién es el que te dice, dame de beber, tu le pedirías y él te daría agua viva. La mujer le dijo, Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo. ¿De dónde pues tienes el agua viva? ¿Acaso eres tu mayor que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?"
Y a esa pregunta yo vuelvo y le pongo esa frase ‘si supieras, si conocieras el don de Dios’. Yo estoy seguro, hermanos, que muchos, la mayoría de todos nosotros conocemos de rabo a cabo, de principio a fin, lo conocemos, lo hemos escuchado de muchas maneras, pero mientras yo estaba reflexionando en este pasaje, algo me chocó con el cual no me había encontrado antes.
Sabemos que parte del relato de la historia, Jesús estaba saliendo de Jerusalén porque los fariseos estaban calzando como un tipo de complot en contra de él, cuando comenzaron a decir, oh, Jesús está haciendo más discípulos de los que hacía Juan, el Bautista. Y ese tipo de comentario lo que estaba causando era que la gente comenzara a tener más atención en la persona de Jesús que antes, pero Jesús sabía que esa atención podía traerle un tipo de fama el cual él no estaba buscando.
Y por evitar eso, Jesús decide salir de Jerusalén en dirección a Galilea, y para llegar a Galilea tenía que pasar por el pueblo de Samaria. Y en este relate es entonces donde nos encontramos con esta conversación entre Jesús y esta mujer samaritana.
Ver a Jesús que está ahí presente junto a este pozo y esta mujer se acerca y Jesús intencionalmente le dice, mujer, dame un vaso de agua, o dame una copa de agua o una jarra de agua, lo que sea que tengas. Y la mujer rápidamente lo confrontó, pero cómo es posible que tu me vayas pedir esto, si ustedes los judíos y nosotros los samaritanos no nos llevamos bien.
Pero algo que me llamó la atención de esto es que esta mujer aunque era de Samaria tenía un conocimiento del pueblo judío que tal vez muchos de nosotros no estamos al tanto, y esto es que esta mujer reconoce a Jacob como su padre también. El pozo donde Jesús estaba sentado se conoce que era el pozo de Jacob, uno de los pozos que el mismo Jacob plantó de los muchos que había recibido en herencia a la misma vez.
Ahora, yo no se cuántos de nosotros estaremos al tanto de algo que está ocurriendo detrás de esta historia y eso es algo que yo quiero compartir con ustedes, porque ese relato del pozo de Jacob me hizo pensar en algo que no había visto antes. Y es el mero hecho de que ese pozo de Jacob mostraba una promesa de Dios a esa descendencia que estaba saliendo de Jacob.
¿Quién era el papá de Jacob? A ver, a ustedes que han pasado por discipulado: Isaac, ¿verdad? ¿Y quién era el papá de Isaac? Abraham.
En un relato en Génesis, Capítulo 26 hay un relato que cada vez que yo lo leo me llama mucho la atención. En Génesis Capítulo 26, y si lo quieren buscar pueden sentirse libres de hacerlo. Génesis Capítulo 26, nosotros vemos a Isaac que comienza a establecerse en la tierra de Abimelec e Isaac en ese entonces había recibido ya una promesa de parte de Dios, y era una promesa que había recibido primero de parte de su padre.
¿Cuál fue la promesa que Dios le dio a Abraham? Yo te multiplicaré, haré que tu descendencia sea como las estrellas de los cielos, como la arena que está en el mar y te voy a repartir a ti y a tu descendencia toda esta tierra. Dondequiera que tu vayas yo estaré contigo y te prosperaré. Esa fue la promesa que Dios le dio a Abraham y ¿saben en qué momento ocurrió eso? Cuando Abraham iba a sacrificar a su hijo Isaac más sin embargo Dios lo detuvo. Ese gesto fue el que inició una cadena de promesa que se iba a llevar a cabo a lo largo de toda esa generación.
Y esa promesa llega a Isaac. Es la misma promesa para él. Yo voy a extender tu descendencia. Yo te voy a prosperar dondequiera que tu vayas y esta tierra la voy a repartir a ti y a todos tus descendientes. Y es bien interesante porque esa tierra muchas veces se medía por las posesiones materiales que ellos podían tener. Y en este pasaje de Génesis, Capítulo 26, vemos a Isaac cómo entró en un momento de pleito con las personas que moraban en la tierra del rey Abimelec.
Miren por ejemplo, el verso 12, el verso 26, dice: “.... y sembró Isaac en aquella tierra y cosechó aquel año ciento por uno y le bendijo Jehová. El varón se enriqueció y fue prosperado y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso”
Verso 15 dice: “...y todos los pozos que había abierto los criados de Abraham, su padre, en sus días, los filisteos los había segado y llenado de tierra, entonces dijo Abimelec a Isaac, apártate de nosotros porque mucho más poderoso que nosotros te has hecho. E Isaac se fue de allí y acampó en el valle de Gerar y habitó allí y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham, su padre, y que los filisteos había segado después de la muerte de Abraham, y los llamó por los nombres que su padre los había llamado.”
Pero miren la parte interesante”... Pero cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle y hallaron allí un pozo de aguas vivas, los pastores de esa área de Gerar riñeron con los pastores de Isaac diciendo, el agua es nuestra –porque tal vez estaba en su tierra- por eso llamó el nombre del pozo Esek porque habían altercado con él.”
Esek es otra palabra para pleito, había un pleito ahí. Luego, el verso 21, “.... luego abrieron otro pozo y también riñeron sobre él y le llamó su nombre Sitna –que también es un nombre parecido a ese tipo de pleito, hubo una discusión allí entre medio de Isaac, sus siervos y los moradores de aquella tierra- .....y entonces Isaac se apartó de allí y abrió otro pozo y no riñeron sobre él y llamó su nombre Rehobot y dijo porque ahora Jehová nos ha prosperado y fructificaremos en la tierra.”
Este relato a mi me estuvo tan interesante, mis hermanos, porque aunque Isaac tenía una promesa de Dios de que Dios le iba a prosperar, de que Dios iba a estar con él, de que Dios iba a multiplicar su descendencia, había una parte que Isaac también tenía que hacer. Había un trabajo que él tenía que hacer. Es como decir, Dios, si tu me has dado bendición no significa que yo me tengo que sentar y esperar que esa bendición llegue a mi sino que yo tengo que hacer mi parte.
Isaac fue y trabajó, buscó trabajar con el sudor de su frente, la labor de sus manos, el dolor en su loma más sin embargo en medio de esa acción, esas eran las acciones que Dios estaba bendiciendo y prosperando. Pero aún em medio de todas esas cosas, Isaac se encontró con conflictos a lo largo del camino, personas que quisieron tomar de lo que él había logrado alcanzar, y pelearon, riñeron en contra de esas cosas. ¿Por qué? Porque él estaba peleando por la bendición de Dios. Esas cosas materiales, ese pozo de agua significaba un sentido de sobrevivencia.
El agua era lo que proveía vida, no tan solamente para ellos sino también para su ganado, también para el plantío que ellos podían sembrar. El agua era lo que mantenía todas esas cosas moviéndose. Eran cosas materiales que se podían tocar y medir, pero Isaac sabía que detrás de todas esas cosas lo que había era una promesa de Dios que estaba sobre su vida. Isaac estaba dispuesto a pelear y moverse, y buscar hasta que él consiguiera aquellas cosas que iban a permitir que su vida se preservara para todos aquellos que venían detrás de él, y después de él, esos pozos fueron heredados entonces, ¿por quién? Jacob, su hijo Jacob.
Después de Jacob, si uno sigue viendo toda la cronología, mis hermanos, y créanme que voy a llegar a un punto con esto, es bien importante que podamos entender. Si uno va viendo toda esta cronología, de Abraham a Isaac, de Isaac a Jacob, de Jacob, ¿quién fue uno de sus hijos que hizo un impacto bien grande en el pueblo de Israel? José, fue el que como quien dice, los ayudó a establecerse en la tierra de Egipto.
Después de eso pasaron cientos de años y ¿quién fue el próximo líder que se levantó después de José? Moisés. Moisés fue el que llevó al pueblo de Israel a otro nivel y de ahí siguieron subiendo distintos líderes. El pueblo de Israel pasó por exilio. Fueron exiliados a otras tierras y allí los judíos se mezclaron con otras naciones, con otros grupos étnicos. Cuando se suponen que no tenían que haberlo hecho, más sin embargo lo hicieron.
Y ¿saben lo que es el pueblo de Samaria, si volvemos al pasaje de Juan? Los samaritanos eran un grupo de judíos que se habían mezclado con otras tribus paganas también. Eso eran los samaritanos, por eso es que cuando esta mujer se atreve decir, nuestro padre Jacob, le identifica a ella también como que parte de su descendencia era una descendencia judía. Era una descendencia judía que estaba mezclada con otro tipo de grupo étnico en el cual ellos habían estado.
Y por eso era que había riña entonces con los samaritanos y con los judíos. Porque los judíos veían a los samaritanos como una raza híbrida, por así decirlo, no pura, porque estaba mezclada con otra y no los podían recibir entonces. Los judíos se concentraban en su adoración en Jerusalén y entonces los samaritanos decidieron hacer un templo, un altar en esa área de Gerizim donde ellos pudiesen adorar en la forma que ellos entendían que era la que ellos debían hacer.
Eso es lo que está detrás de todo este pleito. Y esa promesa de Dios, mis hermanos, miren qué interesante, esa promesa de Dios seguía, seguía a lo largo de todas esas generaciones. Lo que pasa es que en la generación de esta samaritana, o de ese pueblo samaritano, esa promesa se había diluido con muchas cosas que habían contaminado la mente, las emociones, las creencias de ese grupo en particular. Su mezcla era tan, como lo puedo decir, era una mezcla tan, no voy a decir mezclada pero ya lo dije, era una mezcla tan diversa que las promesas que traían esos patriarcas se fueron diluyendo a lo largo de todas esas generaciones hasta que llegó el punto donde esta mujer se encontró con Jesús.
Y miren cómo podemos empezar a atar cabos. Dios solamente pidió un simple vaso de agua, pero ese vaso de agua era como un anzuelo para ir a algo mucho mayor. Jesús sabía donde estaba. Jesús sabía que él estaba en el pozo de Jacob. Y esa frase de Jesús, ‘si conocieras el don de Dios’.
Miren ese verso 10, “si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tu le pedirías y él te daría agua viva”. Miren cómo la mujer le responde a Jesús: “¿acaso eres tu mayor que nuestro padre, Jacob, que nos dio este pozo del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?”
Yo imagino que cuando Jesús escuchó esa pregunta, él tuvo que haber hecho ‘ehm’ , ‘si supieras’. ‘si supieras que yo fui el que estuvo con tu padre, Jacob, cuando él estaba durmiendo con su cabeza en una piedra, y él vio una escalera que descendía desde el cielo, ángeles bajaban, ángeles subían. Y fui yo el que le di a él la promesa, fui yo el que le habló a tu papá, Jacob, la promesa de que Dios iba a estar con él, de que Dios iba a prosperar su descendencia, de que Dios era el que iba extender toda su generación como las estrellas del cielo y como cada granito de la arena. Si supieras, mujer.
Pero obviamente Jesús no se quería dar patadas en el pecho, así que lo dejó tranquilo. Pero yo quiero dirigir nuestra atención, mis hermanos, a esa frase, porque yo me pregunto si nosotros mismos entendemos esto también. Hay una gran diferencia entre yo decir, si supiera, y yo decir, si conocieras.
Dígale a la persona que está a su lado, si supieras. ¿Qué es lo que implica eso, hermanos, si supieras? Usualmente nosotros usamos esa frase cuando, ¿qué? Alguien se está riendo, mira, shsh, si supieras lo que pasó! Ay, muchacho si tu supieras cuánta comida se comió fulano de tal en la mesa de tal y tal. Si tu supieras quién fue el que pidió el cuello del pavo. Ay, si tu supieras.
Si tu supieras viene de saber. Saber es mero hecho de tener un conocimiento, de tener una información. Eso es lo que implica el yo poder decir, si tu supieras. Y Jesús no estaba interesado en transmitirle a esta mujer un mero conocimiento o un mero suceso de información. Jesús lo que le dijo a esta mujer fue, si conocieras el don de Dios.
Y hay una diferencia bien grande porque el yo decir, si tu conocieras. ¿Qué es lo que implica eso? No tan solamente experiencia, eso implica también el tu conocer a alguien. Cuando usted le pregunta, mira tu conoces a fulano de tal o fulana de tal. ¿Qué es lo que implica eso? Es si tu conoces personalmente a la persona, si has podido estrechar su mano, o si le has podido dar un abrazo a la persona, ¿verdad? Eso es lo que implica el conocer, no es tan solamente que tengo una información gravada en mi mente, sino que yo personalmente he tenido un encuentro con esa persona, he podido estrechar su mano, he podido hablar con esa persona cara a car. Eso es lo que implica conocer.
¿Cómo yo puedo llegar a esto? Miren, por ejemplo, en el verso, la conversación de Jesús y esta mujer samaritana, vamos a llamarla Elena, por si acaso. Aquí no hay nadie que se llame Elena, ¿verdad? Ok. Elena y Jesús estaban hablando, miren lo que le dice en el verso 19:
Le dijo Elena “... Señor, me parece que tu eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte –una vez más, miren la palabra que usa, nuestros padres. Ella se sigue identificando con el pueblo de Israel al hacer referencia a sus padres. ¿Y quienes eran los padres? Abraham, Isaac y Jacob. Esos eran los padres. Y ella decía, nuestros padres adoraron en este monte y vosotros, ustedes los judíos, dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.
Esta mujer estaba hablando acerca de una información que ella tenía en su mente que había sido transmitida de una generación a otra. Más sin embargo lo que Jesús quería era traerle un conocimiento vivo. Jesús lo que quería hacer era reanudar una vez más, revivir una vez más, esa promesa que había sido dada a esos patriarcas del pueblo de Israel. Eso era lo que Jesús estaba haciendo. Estaba cogiendo esa promesa y trayendo una revelación totalmente nueva a este pueblo que para muchos parecía ser que era un pueblo rechazado por el resto del pueblo de Israel, pero Jesús estaba trayendo a este pueblo una vez más a esa promesa de una generación que se iba a multiplicar, una generación que iba a conquistar, a llenar el resto de toda la tierra.
Y en esa promesa, hermanos, donde yo veo que Jesús le dice a esta mujer, le dice, mujer si tu conocieras el don de Dios, si tu conocieras ese regalo de Dios, si tu conocieras que las promesas de Dios son un regalo para ustedes. Cada promesa de Dios es un regalo. ¿Saben por qué? Porque un regalo es algo nuevo, es como que me da esperanza de que alguien me quiere, de que alguien tiene atención de mi, de que alguien está velando por mi, y para mostrar esa atención que esa persona tiene me entrega algo. Y yo aprecio ese tipo de gesto.
Es lo mismo con una promesa cuando Dios hablaba con una promesa a su pueblo, él les estaba dejando saber, este es mi regalo para ustedes. Yo les estoy prometiendo una vida larga. Yo les estoy prometiendo una vida larga a cada uno de ustedes. Eso es lo que Jesús estaba haciendo con esta mujer cuando le dice, si conocieras el don de Dios y quien es el que te dice, dame de beber, tu le pedirías y él te daría agua viva.
Un verso más adelante respondió Jesús y le dijo, “....cualquiera que bebiera de esta agua del pozo volverá a tener sed, más el que bebiere del agua que yo le de, ¿qué dice? No tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él o en ella un fuente de agua que salte para vida eterna.
¿Vieron cómo se ve la promesa? Que empieza a ser revelada en una forma nueva aquí. Dios le había revelado a Abraham y a Isaac y a Jacob, yo te voy a dar una vida larga, se va a demostrar en tu descendencia, van a conquistar toda la tierra, y así es como yo les voy a bendecir a ustedes. Y estaba hablando de una vida larga aquí en la tierra, más sin embargo la promesa que se nos da a cada uno de nosotros ahora en Jesús, no es tan solamente una vida larga aquí en la tierra, sino que es una vida que perdura por la eternidad. Esa es la promesa que se nos da ahora a nosotros, esa es la promesa que Jesús estaba revelando a esta mujer, que no se trata del tiempo que uno vive aquí en la tierra sino del tiempo de Dios y como uno vive por la eternidad en Dios.
Ese es el tipo de revelación que Jesús estaba trayendo ahí en ese momento y ¿saben qué, mis hermanos? Ese es el tipo de revelación que Jesús sigue trayendo a cada una de nuestras vidas hoy día. Hoy día, mis, hermanos, Dios sigue trayendo ese tipo de revelación a nosotros a través de su hijo Jesús, en medio de cada uno de nosotros.
Saben por qué. Yo me pongo a pensar, tratando de ver cómo las imágenes de todo este pasaje lo podemos aplicar aquí nosotros ahora. Yo me imagino de cómo nosotros igual que esta mujer rutinariamente o habitualmente, venimos aquí a este lugar, a este templo, a este edificio, venimos a este edificio a sacar agua. Venimos aquí a este edificio a sacar agua, venimos con nuestros cántaros, llegamos, le ponemos la soga, lo tiramos por ahí, esperando que se llene de agua, lo sacamos y cuando lo sacamos volvemos de nuevo a nuestras casas y después tal vez los que vienen los miércoles, pues vienen los miércoles. Volvemos de nuevo, echamos el cántaro, sacamos agua, y volvemos una vez más a nuestras casas. Y después habitualmente tenemos que volver una vez más para tirar nuestros cántaros, echarles aguas, rellenarlos de nuevo y volver una vez más.
Pero si se dan cuenta lo que yo estoy diciendo, mis hermanos, yo estoy diciendo, un gesto habitual. Como lo que estaba haciendo esta mujer. Esta mujer como seguía viviendo de un agua que estaba en este pozo, ¿qué pasó? Volvía a tener sed, y como volvía a tener sed, ¿qué tenía que hacer? Volvía de nuevo a sacar agua, como algo habitual, como algo rutinario, tenía que volver una vez más. Era un ciclo que se seguía repitiendo y repitiendo y repitiendo.
Pero no fue hasta que se encontró con Cristo Jesús que la historia cambió por completo. Y eso es, mis hermanos, a lo que yo quiero traer nuestra atención ahora porque hay veces que yo me pregunto y no estoy apuntando a nadie, que le caiga la gotita que se moje, pero yo hay veces que me pregunto, cuántas veces nosotros venimos a este edificio, venimos a este templo, y miren las palabras que estoy usando. No estoy diciendo, iglesia, estoy diciendo templo, estoy diciendo edificio. Porque pensamos que el mero hecho de venir aquí nada más ya estoy viniendo para buscar agua para el resto de mis días y ya ahí se acabó todo. Sigo viviendo el resto de mis días, por toda la semana y después cuando llega el miércoles, o cuando llega el domingo, pues, vuelvo de nuevo con mi cántaro encima de mi lomo y vuelvo a sacar agua una vez más.
Pero qué diferencia hay cuando venimos a este edificio en forma habitual, buscando una solución que pueda satisfacer una sed interna, cuando vengo a este edificio buscando algo que pueda darle un nuevo sentido de vida a mi vida.
Y yo no estoy diciendo que eso sea mal, lo que yo estoy diciendo es que cuando venimos aquí, ¿cuál es la verdadera fuente de agua de la cual estamos nosotros nutriéndonos, hermanos? ¿Cuál es la verdadera fuente de agua a la cual nosotros venimos con nuestros cántaros para podernos llenar por completo?
Una cosa es yo poder creer con el mero hecho de yo venir aquí los domingos ya mis problemas van a ser resueltos. Otra cosa es cuando yo reconozco que vengo delante de la presencia de aquel que es el verdadero recurso de esa agua. Esa fuente de agua viva que puede brotar en mi en una forma sin final, en una forma continua. Cuando yo vengo a ese recurso, cuando yo vengo ahí, a esa persona de Jesús, es ahí cuando mi vida verdaderamente encuentra un sentido de dirección que no tenía antes.
Y eso fue lo que Jesús hizo con esta mujer, hermanos. Jesús le trajo a esta mujer un sentido de dirección que su vida no había tenido antes. Jesús le recordó a esta mujer un sentido de promesa que ella no había experimentado antes, una promesa que a lo largo de los años perdió su valor, perdió su fuerza y ahora ella estaba viviendo en forma de rutina, no estaba viviendo en forma de una experiencia genuina. Más sin embargo Jesús lo que estaba haciendo en ese encuentro, era diciendo, mira este es el verdadero significado de la promesa. Hoy esa promesa que se le dio a tus padres está cara a cara contigo y no tan solamente te traigo vida que pueda durar en todos tus días aquí en la tierra, sino una vida que pueda durar para mucho más allá de la vida que tu puedas tener aquí.
El mejor regalo, hermanos, si verdaderamente conociéramos ese don de Dios. Yo no estoy diciendo que nosotros no lo conozcamos. Si lo conocemos, por ejemplo, el miércoles pasado, hermanos, cuando estuvimos aquí en nuestro servicio de Acción de Gracias, tuvimos la oportunidad de poder escuchar testimonios de distintas personas de cómo Dios ha obrado en sus vidas, testimonios de sanidad increíbles que yo mismo cuando los escuchaba me estremecía cuando lo escuchaba. Personas que han sido sanadas de cáncer, personas que cuando pensaban que no iban a encontrar un trabajo, lo encontraron; personas que han recibido una vivienda; todo porque han confiado en Dios y porque han sabido cómo llegar a ese recurso donde todas las cosas provienen.
Y al yo escuchar esos testimonios yo me decía, de esto se trata, de esto es de lo que verdaderamente se trata. No es tan solamente de los beneficios materiales que yo pueda recibir de pàrte de Dios, sino de cómo yo puedo experimentar el verdadero poder de Dios obrando en mi vida. Eso se va por encima, mis hermanos, se va por encima de cualquier recurso material que yo pueda tener en mi vida o en la vida de usted. Ahí es donde tiene que ver, en nosotros poder conocer ese don de Dios.
Si nosotros verdaderamente pudiésemos conocer ese don de Dios que yo no vengo aquí a este edificio por querer conocer a ese recurso que puede proveer solamente a mis necesidades físicas y materiales y que una vez si ya tengo todas esas cosas, pues, entonces me desaparezco del planeta porque no tengo más necesidad de. Eso es una persona que no ha conocido el don de Dios.
El miércoles por la noche también reflexionábamos en el pasaje de los diez leprosos cuando se encontraron con Jesús a la distancia y desde la distancia le gritaron, Jesús, ten misericordia de nosotros, por favor sánanos. En un gesto de fe, Jesús les dijo, vayan y muéstrense ante el sacerdote para que él confirme que verdaderamente ustedes están sanos. Y en un gesto de fe verdaderamente los diez se fueron creyendo en la palabra de Jesús. Y mientras iban caminando su piel se sanó por completo. Más ¿qué es lo que dice la historia? Solamente uno, solamente uno volvió y se tiró de rodillas delante de Jesús. Solamente uno tuvo la oportunidad de verdaderamente conocer el don de Dios. Ese uno fue el que se llevó el privilegio, el mejor regalo de que no tan solamente su piel haya sido limpiada, sino de que su vida entera hubiese encontrado salvación. Eso es lo que hace la diferencia de los que saben y los que conocen.
Esa es la verdadera diferencia de los que saben y los que conocen. Muchos saben, muchos saben, muchos saben de Dios de acá arriba. Pero pocos conocen a Dios desde acá adentro. Y ese es el mejor regalo que nosotros podemos dar, hermanos. Pero para nosotros darlo tenemos que conocerlo primero.
Yo quiero invitarlos a cada uno de ustedes hermanos, yo estoy tratando de hacer un esfuerzo bien grande aquí por no romperme de verdad, porque yo quiero que usted reciba este mensaje. Dios quiere que usted pueda conocer ese verdadero don. No importa los años que usted lleve viniendo aquí a este lugar. No importa los años que usted haya estado caminando en los pasos del Señor, siempre hay algo nuevo que conocer de ese don maravilloso de Dios. Siempre hay algo nuevo que nuestras vidas pueden recibir para entonces poder dar.
La mujer samaritana, Elena, recibió agua viva y no se quedó con ella, la compartió a otros. Y esos otros vinieron a conocer ese don de Dios y su vida no fue la misma.
Hoy, mis hermanos, yo quiero compartir esto con ustedes, yo quiero compartir a Cristo Jesús contigo. No hay especial de acción de gracias que te pueda conseguir la felicidad y la plenitud que solamente Cristo te puede dar. No hay fila en una caja que pueda satisfacer más que la fila de yo poder estar delante de Dios para recibir un abrazo y un toque de él.
Esa si es una fila que yo estoy dispuesto hacer, por no importa lo larga que sea. Y eso es lo que yo quiero ofrecerles a ustedes, hermanos, en este tiempo en el cual estamos. Miren bien, hermanos, Jesús es el pozo de fuente de agua viva que tu necesitas. Así como le pasó a Isaac que tuvo pleitos para poder mantener esos pozos abiertos, más sin embargo se los taparon con arena una vez más, y él seguía moviéndose de lugar en lugar hasta que pudiese abrir un pozo que pudiese suplir a toda su familia. ¿Saben qué? En la misma forma situaciones alrededor de tu vida van a tratar de tapar y hundir el pozo de agua que Cristo ha puesto ahí, van a tratar de tapar ese pozo de agua, más tu sigue moviéndote, sigue buscando, sigue tocando, sigue pidiendo para que ese pozo de agua pueda permanecer abierto y que tu puedas experimentar esa agua de vida que solamente fluye de Jesús.
¿Saben qué? Yo necesito esa agua de vida. Yo como pastor, necesito esa agua de vida y no estoy diciendo que estoy mal, pero yo como persona necesito esa agua de vida que esté constantemente fluyendo en mi. Yo reconozco que yo solo no tengo las fuerzas para hacer todas las cosas. Yo necesito de Dios.
Y yo te invito a ti, mi hermano, en esta mañana si tu quieres probar esa agua de vida una vez más, hoy ese pozo puede abrirse en tu vida. Hoy tu puedes conocer el mejor don que Dios puede dar a cualquier hombre o a cualquier mujer.
Así que yo te quiero invitar hoy, si tu no has conocido ese don, si tu nunca has tomado la decisión de conocer ese don, yo te invito a que hoy tu hagas de este momento esa oportunidad donde tu puedas conocer ese don. Yo te invito a que dondequiera que tu estés tu puedas levantar tu mano, si no lo habías hecho antes que tu puedas levantar tu mano y decir, yo quiero conocer ese don de Dios.
Es más te voy a invitar a hacer algo más. Yo me imagino a Jesús sentado al borde de ese pozo diciendo, si tan solo conocieras el verdadero don de Dios.
Hermanos es aquí donde verdaderamente nosotros dejamos de ser quienes somos y entregamos todo lo que somos en sus manos. Jesús reveló la condición de esa mujer, ¿qué impide que nosotros podamos esconder lo que verdaderamente somos delante de él? Nada. Nada.
Jesús conoce lo que hiciste ayer, lo que hiciste esta mañana, lo que vas a hacer mañana, ya Jesús lo sabe. En medio de todas esas cosas él sigue ofreciendo agua viva. Yo te invito, mi hermano, mi hermana, que si tu quieres probar una vez más esa agua de vida, yo te invito a que tu pases aquí, que tu te unas conmigo, que podamos decir, Señor, yo quiero de esa agua de vida. Yo quiero renovar esa agua de vida una vez más en mi corazón.
Y si tu lo quieres hacer por primera vez en tu vida, yo te invito a que tu dejes atrás todo lo que impida que tu puedas verdaderamente recibir ese toque que pueda transformar tu ser. Déjalo atrás. Ven y corre a encontrarte con él. Ven y corre a encontrarte con él, el único que verdaderamente puede saciar todo lo que esté en tu ser.
Hombre que me escuchas, yo te hablo a ti también. Si tu conocieras el don de Dios. Si tu conocieras cuan poderosa puede ser tu vida cuando tu vida verdaderamente está en las manos de aquel que te formó, de aquel que te creó. Si tu supieras y conocieras todo lo que Dios puede hacer a través de ti.
Nosotros seríamos unos de los primeros en correr aquí y entregarnos por completo a él. Si tan solo supiéramos.
Mujer, si tu también supieras, si conocieras ese don de Dios y como ese don de Dios puede transformar tu ser por completo, y la vitalidad que puede traer a tu ser para que tu te conviertas en un pozo de agua viva también para otros, para otras.
Joven que me escuchas, tu que estás en universidad o que estás en escuela, si tu conocieras ese don de Dios y como ese don de Dios puede hacer de ti un instrumento de gracia, un instrumento de misericordia, un instrumento de restauración, ahí en esas escuelas, en esa universidad donde tu estás.
O tu joven profesional que trabajas en una oficina día tras día, si tu conocieras ese don de Dios, que puede hacer de ti un impacto en ese ambiente donde tu trabajas. Si tan solo conociéramos.
Señor Jesús, tu pueblo está delante de ti ahora mismo, tanto los que estamos sentados como los que estamos de pie aquí en este altar. Jesús tu quieres que nosotros te conozcamos a ti. Hay dimensiones nuevas de ti que conocer en cada momento, por qué nos vamos a conformar con lo poquito que tenemos. Por qué insistimos, Señor en hacer de nuestras vidas un hábito, un ritual tan monótono a veces, cuando sabemos que eres tu Señor el que puede traer una aventura nueva, Señor en cada día, Dios, en cada hora, en cada minuto que pasa, tu eres el que puede traer una aventura nueva, Jesús.
Jesús, yo te pido que nuestros corazones no se endurezcan, que nuestros corazones no se pongan como piedras, Señor, por las distintas circunstancias en las cuales pasamos, Señor, que muchas de ellas son pasajeras, triviales, Señor, y muchas si son de gran envergadura.
Oh, Señor, si tan solamente pudiésemos conocer cómo tu puedes obrar en medio de esas situaciones y no tan solamente cuando las cosas van mal, sino también cuando las cosas nos están yendo bien. Cómo podemos conocer una dimensión nueva de parte tuya cuando las cosas se ven pacíficas a nuestro alrededor, cuando todo parece estar normal, cuando todo parece que está cada pieza cayendo en su lugar, Jesús.
No dejes, Señor que... no permitas, Señor, que nosotros solamente busquemos tu dirección solamente cuando estemos en necesidad. No dejes que caigamos en ese círculo, Señor, tan erróneo muchas veces, sino permite, Dios, que nosotros podamos vivir en esa agua viva que solo tu das, esa agua viva que solamente, Señor, se puede experimentar cuando estamos en una constante relación vital contigo, Señor, una relación en la cual conocemos tu amor en una dimensión nueva, en una forma nueva, en cada momento, Señor, un amor, Señor, que posesiones materiales a nuestro alrededor jamás, jamás la podrán suplir, sino que eres solo tu, Señor, el que mantiene, Señor esa vida corriendo en medio de nosotros.
Jesús, tu eres el centro de nuestras vidas. Señor, perdónanos por favor cuando perdemos el foco, cuando perdemos nuestro norte. Perdónanos, Señor, cuando seguimos viniendo a un pozo que solamente da agua que puede suplir por minutos. Perdónanos Señor, cuando no te hacemos a ti el eje central de nuestras vidas, el único que verdaderamente trae sentido y dirección a lo que nosotros podemos ser.
Jesús, por favor derrama tu agua viva sobre nosotros, derrama tu agua nosotros sobre tus hijos e hijas aquí hoy. Vuelve a nacer en nosotros y que esa agua, Señor, sane y restaure todo nuestro ser, Jesús. Sacia nuestra sed de ti, Jesús. Son tantas las cosas que podemos hacer afuera, son tantas las obras que podemos hacer con nuestras manos, pero todas esas cosas se quedan nulas cuando tu no estás en medio de cada una de ellas. Regrésanos a ti, Señor. Regrésanos a ti una vez más.
Limpia nuestras vidas, Jesús. A mis hermanos y hermanas que están aquí en el altar, dales de esa agua de vida, Jesús, esa agua que solamente proviene de ti. Tu eres el agua de vida, Jesús. Tu eres el agua de vida que puedes con un torrente, Señor, llevarte todas esas fealdades de nuestras vida, Señor, tu te las puedes llevar, Señor, por completo, esa agua viva puede venir como unas compuertas de una represa que se abren y arrasan, Señor, con todos los escombros que puedan a ver. Y a la misma vez puede ser ese río, Señor, que fluye en una manera fluida, suave, Señor, y trae sanidad, trae restauración, trae paz, trae alivio, que trae frutos, Señor.
Padre, por favor, permite que tu agua hoy pueda hacer esas cosas de limpiar nuestro ser de todo pecado, de cualquier obstáculo que pueda haber en nosotros que pueda ser quitado por completo con esas aguas frescas tuyas y que a la misma vez nuestro ser pueda ser rejuvenecido por ti, Señor. Rejuvenece nuestras vidas y que ahora que nos dirigimos a la navidad, Señor, que tengamos claro, Señor, que tu eres, tu eres la navidad, Señor. Tu eres el autor y consumador de esas cosas que hoy celebramos, tu eres el que está, tu eres la promesa que está detrás de todas esas cosas y nosotros somos un pueblo que vivimos de acuerdo a esas promesas, Señor.
Nuestra esperanza está basada en esa promesa de vida eterna y te damos las gracias, Jesús, gracias por esa vida eterna que solo tu sabes dar, que solo tu puedes dar, Señor. Gracias, Señor. Gracias, Señor. Amen.