7 de febrero del 2011 - Por Sandra Pérez
Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 2 Pedro 3:18
Hace ya muchos años mi esposo y yo regresábamos de visitar a unos amigos. Nuestra hija, que en ese entonces tenía 6 añitos, estaba sentada en el asiento trasero del carro, aparentemente dormida. Mi esposo y yo veníamos conversando de los acontecimientos del día cuando repentinamente nuestra hija grito: “¡Yo vi a Jesús!” Nosotros sorprendidos nos volteamos a mirarla, ella repitió: “Jesús estuvo aquí, sentado en el carro”. Mi esposo y yo nos pusimos a conversar con ella y le pedimos que nos contara los detalles del sueño que había tenido. A lo que ella nos contestó: “No, yo no me soñé. Yo lo vi. El estuvo aquí en el carro” “¿Y cómo tú sabes que era Jesús?”, le pregunté. “Porque yo vi sus pies. El tenía sandalias puestas”, contestó ella con total seguridad.
¿Podemos nosotros reconocer al Señor así con la certeza y convicción que mi hija lo reconoció a pesar de su corta edad?
Muchas veces nos pasamos tan ocupadas que se nos pasan los días y no apartamos tiempo para acercarnos a los pies del Señor, no solo para dejar nuestras cargas a sus pies, sino también para oír su voz. Cuando creemos que todo anda bien cometemos el error de descuidar la comunión con El que nos mantiene espiritualmente saludables. Y no es hasta que nos confrontamos con la prueba que caemos rendidas ante Jesús. Entonces sí deseamos ver las sandalias en sus pies.
Propongámonos de hoy en adelante conocerle mejor. Quizás al principio nos cueste forjarnos el hábito de buscarle diariamente en oración y lectura de Su Palabra, pero al hacerlo vamos a recibir una gran recompensa. Los beneficios van a ser magníficos. Imagínense hablar todos los días con el Rey de Reyes y Señor de Señores. Imagínense conocerle más cada día a través de su Palabra. ¡Qué privilegio!
En la Epístola de Santiago 4:8 dice: “Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros”
Amadas, acerquémonos a Dios para que le conozcamos mejor. El nos anhela celosamente (Santiago 4:5). Si sinceramente deseamos reconocerle y poder decir con certeza “Este es mi Señor Jesús que me está hablando, que me está guiando, que me está corrigiendo, que está sentado junto a mí, que camina conmigo” tenemos que rendirnos a Sus pies. Será entonces que cada una podrá anunciar con la misma convicción y deleite de mi hija: “Yo ví a Jesús”.