9 de agosto del 2010 - Por Miriam Díaz
Me dirigía a la iglesia con pasos muy aligerados, muy feliz, bien vestida y deseosa de adorar. Cuando de repente me percato de un hombre que iba para la iglesia en el mismo camino que yo. Los dos estábamos solos en el camino y si yo continuaba al mismo paso le iba a pasar por el lado bien pronto.
Me detengo y lo saludo, le sonrío y le invito a subir a la acera ya que los carros iban a pasar y además se nos hacía más rápido para llegar a la iglesia. Muy pronto me indicó que sus piernas no lo dejaban que había tenido un accidente y no podía subir tan ágilmente como yo. Su cadera había sido remplazada y tenía una pierna más corta que la otra. A medida que el SEÑOR me daba palabra para este hombre, el Espíritu Santo me tocaba a mí. El Espíritu le decía a él “que no importaba cuan rápida o lenta era su carrera que lo que importaba era que él estaba en la carrera y que no se saliera jamás de ella”. Recordaba a mi esposo en casa y como él no podía correr la carrera espiritual como la estaba corriendo yo. Miraba y escuchaba al hombre a mi lado y lo esperaba con paciencia a medida que caminaba a su paso y no al mío. El hombre me hablaba y estaba muy feliz de caminar con alguien.
El Espíritu continuaba redarguyéndome acerca de mi marido, no podía caminar tan ligero como yo, ni brincar los obstáculos con mi agilidad y estaba solo. Mis lágrimas a medida que caminaba con este hombre se detenían detrás de mis ojos. Quería correr al altar y pedirle perdón a mi Dios. Mi esposo necesitaba que me compadeciera de él, que le esperara, que lo acompañara y caminara a su paso al mismo lugar, el templo. Mi paso había sido tan aligerado que mi esposo había decidido no correr más ¿para qué? solo e impedido, se había desanimado.
El Espíritu Santo continuaba su conversación conmigo: “Para y camina con el lisiado y con los que han sufrido accidentes y no pueden correr tan rápido como tú. Sigue tu carrera, despacio o ligera más siempre con misericordia y amando aquellos que pueden mucho como a aquellos que no pueden.”
Los corredores de verdad paran y ayudan y no se preocupan tanto por quien llega primero, sino por los que no pueden llegar y necesitan ayuda, una palabra o simple compañía. Los corredores de verdad esperan, se sacrifican y aman de corazón. El camino está lleno de corredores que se paran a ayudar. Los lisiados están puestos ahí para enseñarte a amar y probar el crecimiento de tu amor. Están puestos ahí para moldearte, para Dios ver como Su trabajo está progresando en ti.
Para de correr y camina con aquellos que han sufrido accidentes, para y ten misericordia, anima y da compañía. Para, es necesario. Para y ama.
Pablo lo describe muy bonito en su carta a los corintios: 1 Corintios 9: 19-27.
“Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley.
Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos.
Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él. ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”
Gloria al que vive para siempre y por la eternidad.