2 de agosto del 2010 - Por Meche López-Miranda
Al final del día una mujer le contaba con entusiasmo a su amiga las cosas maravillosas que había visto desde la mañana. Le contó de la misteriosa neblina que se posó sobre el lago. Habló del concierto que disfrutó gracias al canto de las aves, de la lluvia que le refrescó la frente. Le relató cómo se fortalecieron sus músculos al subir una alta colina y trepar sobre grandes rocas. Como si eso fuera poco, continuó contando la mujer, aspiró el olor de las flores silvestres a lo largo del camino y observó la labor de las abejas extrayéndoles su néctar.
La otra amiga, por su parte, le compartió cuán difícil había sido su jornada. Se quejó del fastidio de la niebla y la lluvia. Lamentó los molestosos ruidos del ambiente y los grandes obstáculos a los cuales se enfrentó que la agotaron y frustraron. Apenada por la dura experiencia de su amiga la mujer le preguntó por cuál duro camino había pasado hoy. Al comparar cuidadosamente sus trayectorias se dieron cuenta de que habían atravesado exactamente por los mismos lugares.
¿Con cuál de estas amigas te identificas tú? ¿Permites que una actitud de queja y descontento contamine tu visión de los sucesos de la vida? O por el contrario ¿ves claramente las oportunidades para deleitar tu corazón a lo largo del camino? Es muy cierto el dicho popular de que las cosas se ven del color del lente a través del cual se miran. Dependiendo del nivel de contentamiento que tenemos en nuestro corazón así aprovecharemos o rechazaremos los pequeños placeres que Dios en su misericordia nos regala cada día. He mirado con el lente de la amiga negativa más de lo que quisiera admitir. Pero me he determinado a contrarrestar los efectos del afán y de los contratiempos inevitables de la vida. Me he dado cuenta de que es mi decisión decidir cada mañana si voy a decir: “¡Qué día tan pesado me espera”!, o si voy a declara como el rey David en el salmo 118, “¡Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en El!
La verdad es que prácticamente ningún día es perfecto. Así que si estamos esperando que todo marche como queremos vamos a perder muchas oportunidades para nutrir el gozo de nuestro corazón y de los corazones de los que nos rodean. Diariamente le pido a mi Señor que forme en mí un corazón que desborde en contentamiento para no despreciar, ni ignorar ninguna de Sus bendiciones. Me he propuesto detenerme a lo largo del camino sólo con el propósito de deleitarme en Sus multiformes maravillas. Mi querida amiga, ¿me acompañas a hacer lo mismo?
En esta semana medita y examina tu corazón en base a la verdad universal de Proverbios 17:22:
El corazón alegre constituye buen remedio;
Mas el espíritu triste seca los huesos.