12 de julio del 2010 - Por Miriam Carrasquillo
“Y estas señales seguirán a los que creen... sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Mr. 16:17-18).
Quisiera compartir una experiencia que tuvo un impacto incalculable en mi vida cristiana. A Dios le plació que fuese testigo de su poder sanador y su gran misericordia para con los míos.
Recuerdo años atrás se nos notifico que a mi hermana le quedaba poco tiempo de vida, a causa de a una enfermedad que se le había desarrollado. Mi hermana no había cumplido aún los 27 años de edad, y era madre de dos criaturas cuando fue diagnosticada. De acuerdo a los doctores, todo su sistema inmunológico se había debilitado. Sus músculos, piel, y órganos se endurecerían, en un proceso lento y agonizante, que al final la dejarían sin vida. El diagnostico fue “Escleroderma”.
Toda mi familia fue profundamente impactada con esta noticia. Para mi madre y mi anciana abuelita esta noticia fue devastadora. Una enfermedad que no conocíamos, que nunca habíamos oído hablar de ella. Teníamos temor por no saber a que nos estábamos enfrentando.
Pero como una familia cristiana que somos por generaciones, empezamos a pedirle a Dios misericordia, sin cuestionarlo, solo suplicándole su favor. No sabíamos cual sería su última voluntad, pero confiábamos en su promesa de que todo lo que pasa en nuestras vidas obra para bien, de acuerdo a su palabra (Romanos 8:28).
Mientras la enfermedad avanzaba, nosotros también avanzábamos en la oración y el ayuno, sin darnos por vencida, confiando en la misericordia de Dios. Todos sabíamos que El podía tornar esta tragedia en bendición.
Recuerdo que en una ocasión mi hermana me pidió que le acompañara a una conferencia de Escleroderma, que su Doctora le había recomendado. En dicha conferencia vimos muchas personas desfiguradas por la enfermedad, muchas de ellas en sillas de ruedas por lo avanzado de su estado. Salimos de aquel lugar totalmente compungidas, atemorizadas, con un sin número de emociones encontradas, que no sabíamos que hacer, o decir. Recuerdo que mientras esperábamos la persona que nos recogería, entre lágrimas le dije a mi hermana: nosotras le servíamos a un Dios poderoso. El es el dueño y Señor de nuestras vidas, El tendrá la última palabra en tu enfermedad. Le dije con una convicción sobrenatural: Dios te va a sanar. Sin embargo, en aquel momento todo indicaba lo contrario porque ya en su cuerpo se podían notar las huellas de la enfermedad.
Los médicos le habían recetado un sin número de medicamentos los cuales ella no quiso tomar, porque sabía que los efectos secundarios podrían ser peor que la enfermedad misma.
Pero sin darnos cuenta... sin un momento específico, sin saber cómo, ocurrió el milagro. Lentamente la enfermedad se detuvo - La gloria sea a Dios.
De los 2 a 3 años que le daban de vida ya han pasado 18 años. Los médicos no se explican que sucedió porque incluso ella no tomaba medicamentos para poder atribuirle su sanidad.
Dios para confirmar que El había hecho la obra completa, le concedió otro hijo a mi hermana, confirmando así que todo su organismo estaba en buen estado.
Nuestro Padre Eterno quiso mostrar su poder y su gran misericordia entre nosotros, y en el proceso aumentarnos la fe.
Oración:
Señor, te pedimos muestres tu poder y tu gran misericordia en aquellos que estén pasando por situaciones similares en estos momentos. En Jesús tu hijo. Amén.