Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Salmos 51:2
Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad (iniquidad). 1 Juan 1:9
Dios habla hoy del perdón. Hace años, escribí en mi testimonio personal: …Y el Señor se me apareció sin esperarlo. Me sacudió de un soplo el fundamento de un pedestal que yo había edificado en un terreno pantanoso, peligroso, movedizo e infértil… y una de las tantas madrugadas sin ojos en que morí por aquellos días, me tomó en sus brazos y arrepentido de mis pecados, pude decirle una oración desesperada, quebrantada, esperanzada y húmeda…
Fue la primera confesión rotunda de mis pecados con sus nombres y apellidos. Mi espíritu se desparramó en mil gemidos clamando por perdón. Fue un aullido de arrepentimiento. Y entonces me rendí al Salvador. Fue como una potente luz de paz y dicha infinita que no alcanzaba a comprender. El sentimiento de restauración comenzaba a recomponer una afanosa y contaminada existencia, y a convertir mi lamento en gozo…hasta hoy.
También este es el tema recurrente en tu vida y aún de la mía. Necesitamos perdón, cada día. Somos demasiados vulnerables aún en la piedad de la religión. Dios hizo un pacto irreversible con nosotros al enviarnos al Salvador a cargar con todos los pecados del mundo para que hoy su gracia fuera abundante. Él, Dios, es perdonador por naturaleza, misericordioso en su esencia. Sólo demanda arrepentimiento y volverte a Él con todo el corazón
El rey David lo hizo: Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado (Salmo 32:5).
Por experiencia personal puedo decir que la dicha de una vida perdonada es el más puro bálsamo que trae gozo y paz al corazón.
Faustino J. Zamora