Es curioso como Dios trabaja, y se mueve. Esto es algo acerca de mi Dios que nunca deja de sorprenderme.
Trabajo en la sala de emergencia de un hospital. Como es de esperarse ahí se ven muchas cosas. Cada paciente que llega trae su drama. Y cada uno de los que trabajamos allí vivimos el nuestro. Muy inteligentes fueron los que inventaron los “reality shows.” Pues pueden llevar al público por medio de la televisión el drama real, palpable que viven los seres humanos en diferentes áreas de la vida. El viernes pasado vino a la sala de Emergencia una joven que lloraba inconsolablemente. Tuve que entrar en contacto con ella, para extraerle sangre. Pero antes de hacer esto tenía que calmarla y hacerle sentirse cómoda. Sabía que para lograr esto tendría, primero que nada escuchar su drama. La joven mujer venía con riesgo de suicidio. Empezó a contarme entre sollozos que hacía poco había estado embarazada y que su novio le había pedido que se hiciera un aborto. Según el, esto les permitiría tener más tiempo para preparar la boda con más calma. Me contó que después de pensarlo una y otra vez ella accedió y se hizo el aborto. Después de hacerlo, el novio se desapareció. Desde ese momento, me siguió diciendo, se ha sentido usada y rebajada. En su interior sólo hay un inmenso vacío. Está llena de dolor, frustración y remordimiento y se siente incapaz de controlar ese mar de emociones. Fue en este estado que esta joven llegó a la sección de siquiatría buscando alivio para su tormento. Después de escucharla y de repetirle varias veces, “Te entiendo…Te comprendo…” le dije: “Te voy a contar mi historia. Creo que fue mucho más dramática y aún más cruel que la tuya.” Ella abrió los ojos y se preparó para escucharme.
“Hace aproximadamente 18 años estaba yo casada con un apuesto joven italiano. Parecía extraído de una película de Hollywood. Tenía yo mis dos niñas bien pequeñas y como es de esperarse me embaracé. Me sentía lograda como mujer, madre y esposa. Pensaba:”esta criatura va a conectarnos como matrimonio y como familia“.
Cuando le dí la noticia a mi esposo, muy contenta, a él le pareció como si le hubiera caído un balde de agua fría. “¡No! ¡No! ¡No!” exclamó. “¡Si mi abuelo se entera (quien era un señor muy rico y dueño de varios edificios en la ciudad de Nueva York) me va a desheredar!" Nos habíamos casado a ocultas de su familia. Yo por mi parte le insistía: “¡Pero amor, mira cómo va hacer de especial este bebé! Nos va a conectar. Las niñas van a estar contentas. ¡Seremos una familia!” Sólo recibí de el un “no” rotundo, Y me dijo que eso tenía que desaparecer de mi vientre. Seguimos argumentando por un par de semanas, hasta que un sábado me dijo, “Vamos a Queens que hay una clínica allí.” Me subió en su Lincoln Continental y me llevó como oveja al matadero. Recuerdo las personas afuera con letreros anti-aborto. Recuerdo que era en un segundo piso. Recuerdo que yo bajaba las escaleras huyendo y él venia y me atrapaba y me subía de vuelta casi a empujones. Me llevó a deshacerme de esa preciosa compañía que llevaba dentro.
Quedé desecha y presa de todo tipo de sentimientos que embargaron mi alma. De la misma forma como fue despegado y desgarrado ese ser dentro de mí, así se desgarró todo el apego y aprecio por ese hombre que se hacia llamar “esposo”. Desde ese momento lo aborrecí con todas las fuerzas de mí ser. Y fue así con esa destrucción de una vida como también se destruyó nuestro matrimonio".
La joven se quedó perpleja con mi historia. Sus lágrimas cesaron. Y me abrazó. Le dije: “Aquí nadie te puede ayudar. Tienes que pedir ayuda a Dios. El se encargará de recoger tus pedazos y de restaurar tu alma” Ella sonrió. Me miró y le dije “Mírame a mí. ¡Aún estoy aquí!” En ese momento pensé: Señor por eso es que tengo tanta pasión por ti. Porque cuando esto pasó en mi vida yo aún no te conocía y sin embargo tu tuviste cuidado de mí. En ese momento me di cuenta que era yo sana de esto. Y tuve la confirmación en la predicación del domingo en mi iglesia sobre el tema del aborto. Al escuchar al pastor invitado hablar de este tema tan difícil recordé la conversación en la sala de Emergencia. Corroboré mi sanidad porque pude hablarle a una joven necesitada con libertad y con un sentido de propósito. Me di cuenta de que estaba dando por gracia lo que por gracia había recibido, aun sin saberlo.
¡Qué privilegio el haber podido ministrarle a un alma desolada y dejar en ella una marca positiva aún dentro de unas circunstancias totalmente negativas!
He vivido una vida llena de dramas, intensidad e imperfecciones. Pero ahora que vivo en Cristo vivo sin vergüenza y sin auto condenación. Dios en su misericordia usa mi vida hoy día para brillar Su luz sobre otros seres humanos que están como yo estaba. Y mientras tanto yo prosigo a la meta que El tiene para mí. Por la gracia de Dios soy lo que soy hoy y su gracia no ha sido en vano.