27 de junio del 2011 - Por Myrza Marilys Lassús
Me levanto temprano. Comienzo a limpiar los baños, luego la cocina, luego a separar la ropa para lavar, luego a recoger la sala, luego recoger los cuartos, finalmente pasar la aspiradora… etc., etc., etc. Esta es la rutina de la limpieza de la casa. Sería perfecto limpiar y no tener que hacerlo jamás. Viviéramos en un paraíso si así fuera. Pero no. Tan pronto limpiamos, tenemos que comenzar de nuevo. Es un círculo vicioso. ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué no somos limpios? ¿Qué no nos preocupamos? ¿Porque la casa se ensucia de nuevo? Porque no vivimos en un mundo perfecto. Porque quizás no tenemos a una persona que lo haga por nosotros. Y esto muchas veces nos impacienta y nos molesta que tengamos que volver con lo mismo.
De la misma forma es nuestra vida espiritual. Por un lado se limpia algo y por otro lado vemos que hay más cosas por sacar: enojos, pleitos, iras, contiendas, disensiones, envidias, jactancia, rencores, mentiras, injusticias, odios, etc. Y, quizás decimos, “no tenemos remedio”. Pero esto no debe de ser nuestra preocupación. El Señor murió por nosotros en una cruz y nos dio la salvación y nos limpio de nuestros pecados desde antes de nacer; ya el nos conocía por nombre. Y nos mando al Consolador para ayudarnos con nuestra santificación. ¿Sabes lo que el Señor pide de nosotros? Que le busquemos en espíritu y verdad y TODAS las demás cosas vendrán y parte de esas cosas es el cambio en tu vida. Cuando le buscas, el Espíritu Santo te redarguye y cambias porque cambias. Veras las cosas diferente y no vas a querer hacer esas cosas que antes hacías… así poco a poco limpias tu casa interior.
Que el Señor nos colme de paciencia y de paz para poder atravesar el camino de nuestra limpieza interior. Gracias Dios Redentor por tener misericordia para con nosotros. No lo merecíamos, pero tuviste misericordia y nos redimiste del pecado. Gracias por Tu gracia. Amén.