14 de febrero del 2011 - Por Raquel De Jesús
No hay nada más precioso que un bebé; lo observas y si pudieras tomar una foto de cada día y al cabo de un año comparar los cambios que ha sufrido ese bebe en tan solo un año es asombroso. Te maravillas de cuanto cambiamos. Así como pasa en un bebé pasa en todas nuestras vidas, cambiamos para mejorar, muchas veces estos cambios traen con ellos dolor. Como niños muchas veces nos vamos a caer en nuestro aprender a caminar. Otras veces vamos a sentir como si todos nuestros esfuerzos van en retroceso (el otro día estuve observando un niño comenzando a gatear pero en su proceso en lugar de empujarse hacia el frente él lo hacía en retroceso) ¿cuántas veces no nos hemos sentido como este niño? ¿Cómo si todos nuestros esfuerzos en lugar de adelantarnos o llevarnos a algún lugar lo que hiciesen es atrasarnos?
Entonces llega un momento en donde tenemos que cambiar las estrategias, tendremos que soltar lo conocido, tendremos que arriesgarnos a lo desconocido. Y muchísimas otras veces tendremos que lanzarnos a lo que parecería ser un precipicio donde no sabemos lo que nos espera.
Pero nos lanzamos en un paso de fe creyendo que si hemos llegado hasta donde estamos es por la misericordia del Dios todopoderoso. Como Abraham que decidió dejarlo todo en un momento y creer que Dios le había dicho que era tiempo dejar su casa y su parentela a una tierra que él no conocía y Abraham salió sin saber hacia dónde iba solo sabía que iba obedeciendo la voz de su Dios.
Habitó como extranjero en la tierra que le había sido dada como promesa, ¿cuántas veces nos hemos sentido como si estuviésemos caminando en la tierra que se nos fue prometida como extranjeros?
Pero aún cuando es un camino arriesgado y lleno de incertidumbre vale la pena.
En Hebreos 11:8-10
Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor.
En conclusión dejamos atrás lo viejo y tomamos nuestras maletas hacia nuestro destino en Dios. Nos movemos hacia lo eterno hacia nuestra promesa en Dios.