21 de noviembre del 2011 - Por Camen Ray-Calvo
Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén. Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. Mateo 6:12-15
Nosotros perdonamos para nuestro propio bien.
Durante 12 años me he desempeñado como maestra de clases de discipulado nivel 2, en mi iglesia Congregación León de Judá. Y a travez de los años he podido notar lo difícil que le es al ser humano perdonar a la persona que le ha lastimado.
El perdón es bello. Trae paz al alma, a la mente , al corazón y es medicina para el cuerpo físico.
Si no perdonamos al hombre sus ofensas ¿cómo podemos esperar a que Dios perdone las nuestras y nos de una vida fructífera?
Hagamos pues un autoexamen y dejemos a que la luz de Cristo nos revele a cuantas personas les hemos causado dolor quizás aún sin darnos cuenta.
Por un momento pensemos en Jesús quien por nuestras faltas y pecados fue a la muerte y muerte de cruz, para darnos vida y vida en abundancia.
Este hecho de amor incomparable nos tiene que mover no solo a perdonar a los que nos han herido; sino también a mostrarles amor, misericordia y bendecirlos y esto conlleva no solo a orar por ellos sino a realizar obras a su favor.
No podemos vivir una vida cristiana con amargura en el corazón.
“Perdonar es bailar al ritmo del corazón perdonador de Dios”