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Permítanme meditar un poquito con ustedes acerca de un tema de la Escritura, que nos enfoca en la crucifixión de Jesús, su sacrificio en la cruz. Vaya conmigo rápidamente al capítulo 53 de Isaías y allí vemos este pasaje que es tan conocido acerca de la crucifixión y el padecimiento de Jesús. Vamos a leer, yo creo que simplemente leer este pasaje nos edifica tanto ya y nos introduce en el centro mismo del significado de la pasión de Jesús. Dice en el versículo 3:
“…Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos…”
Una de las cosas que hace este pasaje tan extraordinario es que fue escrito cientos de años antes de que Jesús naciera, antes de que el Señor pasara por el oprobio y la aflicción terrible, la agonía psicológica y emocional, la vergüenza, la exposición pública de su cuerpo en la cruz y antes de eso la agonía por la cual él pasó durante su juicio, un juicio torcido completamente, injusto. Antes de que el Señor encarnara en hombre, este profeta Isaías, personalmente yo creo que escribiendo algo que él mismo no sabía toda sus implicaciones, ni tampoco sabía el significado real, literal que iban a tener sus palabras, porque así el mover profético.
Muchas veces Dios ilumina a una persona, y la persona escribe, como muchos de estos escritores, en la Escritura. La Biblia tiene 66 libros, por lo menos la Biblia protestante, y fue escrita durante un período de casi 3000 años desde el primer libro que se considera, el libro de Job, hasta uno de los últimos libros, los libros del Apóstol Juan escritos en el primer siglo después de Cristo. Son casi 3000 años en que diferentes libros se escribieron por diferentes hombres en diferentes regiones de Israel.
Y esta gente no se conocían unos a otros, en muchos casos, y sin embargo, la Biblia tiene una impresionante unidad, entre todas esas diferentes aseveraciones. Imagínense, 3000 años, gente escribiendo, no había Internet, no había posibilidad de unos leer lo que otros estaban escribiendo, y sin embargo, usted ve en la Escritura una unidad absolutamente impresionante.
Y aquí vemos unos de esos casos que nos recuerda que la Biblia es definitivamente la palabra del Señor, donde Isaías escribe y profetiza acerca de cosas que creemos que él mismo no podía entender todo lo que implicaban sus palabras, y sin embargo, él está describiendo, como si estuviera mirando un video de la pasión de Jesús, escena por escena, todo lo que el Señor iba a sufrir y experimentar durante esa noche terrible de su pasión y luego en el momento de la crucifixión.
Una cosa tras la otra, y él habla cientos de años antes de que el Señor venga a la tierra, porque los primeros Evangelios fueron escritos unos 70, 80, 90 años en el primer siglo. Isaías escribe cientos de años antes de eso, siglos años, y él está describiendo, no solamente lo que el Señor padeció, sino también la naturaleza mismo de su ministerio y su relación con el Padre y lo que ese sacrificio en la cruz efectuó e hizo posible en el mundo espiritual, y por qué era necesario, y qué efectos dejó sobre la humanidad.
Entonces, él dice aquí en el versículo 3, “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,” él está aludiendo aquí a algunos aspectos de la naturaleza de Jesús. Fue despreciado, fue desechado por su propia gente, dice la Biblia que a los suyos vino y los suyos no le recibieron. Él vino en medio del pueblo de Israel, que Dios había hecho un pueblo especial, donde iba a encarnar su Mesías, allí él viene y lo que recibe es un rechazo tras otro, por las autoridades religiosas de su tiempo, por aún sus discípulos que no entendieron, en última instancia, su verdadera naturaleza divina, y cuando él fue crucificado huyeron, porque pensaron que era una derrota.
Entonces, el Señor habitó sobre la tierra como un ser solitario en última instancia, no comprendido. Imagínese vivir usted toda su vida sintiendo que no le comprenden, viviendo toda su vida como Clark Kent que nunca se puede quitar el traje y enseñar su gran S en su traje de superman. Porque Clark Kent por lo menos tenía, el pobre, la posibilidad de de vez en cuando meterse a una casilla de teléfono y salir como Superman.
El Señor pasó su vida sobre la tierra emparedado, por así decirlo, dentro de su contextura humana, siendo Dios. La gente no lo veía de esa manera, no lo entendía. Su madre misma, él era un misterio para su mamá, una adivinanza, un enigma. Su mamá misma no entendía claramente, dice la Biblia, ella sí guardaba ciertas cosas en su corazón, recordaba el anuncio del ángel, una cantidad de cosas, pero ella no entendía verdaderamente, porque no era capaz de entender lo que su Hijo enteramente significaba en su identidad como Hijo de Dios.
Entonces, el Señor caminó, yo creo que una de las agonías más grandes que el Señor sufrió sobre la tierra, no fue necesariamente en el momento en que lo subieron a la cruz, o que él se dejó montar sobre la cruz, sino fue el vivir una vida de incomprendido, de saber que él era Dios.
Él le dijo una vez, creo que fue a Pilatos, y a los judíos, dice, mira, si yo quisiera mandar una legión de ángeles que me librara, yo podría hacerlo, pero no lo hizo. Él no podía hacerlo sin violentar la misión para la cual él vino a la tierra. Él tenía que mantenerse dentro de esa camisa de fuerza de su humanidad toda su vida, mientras la gente lo miraba, muchos lo despreciaban, muchos lo veían como un impostor, como un pretendiente falso y él tenía que tragarse eso, sabiendo que en cualquier momento él podía desplegar toda su gloria si él quisiera. Pero él tenía que mantenerse en ese caminar.
Eso fue parte, yo creo, del trago amargo que el Señor se bebió gota a gota, aún cuando era niño y me imagino que los otros niños jugaban y se metían en sus roles y eso, y él quizás, en el ministerio de la encarnación, sintiendo que él tenía esa deidad dentro de él, ese llamado de Dios, él no podía jugar como los otros niños. Probablemente en ocasiones hizo alguna de las cosas que los niños hacían, pero él también se sentía en conflicto consigo mismo, porque había algo dentro de él que él sabía que él vino para un negocio del Padre sobre la tierra.
Y yo creo que eso le debe haber causado una gran agonía mental, emocional y espiritual. Y yo creo que todo eso fue parte de su pasión, fue parte de su crucifixión. Nosotros, solamente enfatizamos el momento culminante, gráfico, dramático, terrible de la cruz, pero yo creo que toda la vida del Señor fue una vida de crucifixión incremental, gradual, poco a poco, el horno subiendo su temperatura gradualmente hasta llegar al momento mismo de la crucifixión y la muerte.
Y por eso yo creo que Isaías dice, él fue despreciado, fue desechado entre los hombres, fue varón de dolores. Era como que su identidad misma estaba resumida en la palabra dolor, varón de dolores. El Señor conoció el dolor como nosotros no lo hemos conocido. Conoció el dolor psíquico, emocional, psicológico. Muchas veces el dolor psicológico puede ser mucho más penetrante que el dolor físico, la agonía psicológica del Señor fue extremada.
Cuando él estuvo sobre la cruz y en ese momento que nunca podremos entender su intensidad, que el Señor dijo, “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?” Eso no eran palabras metafóricas, poéticas, simbólicas. Cuando el Señor, yo creo que en ese momento, cuando allí sobre la cruz del calvario todo el pecado ontológico de la humanidad, todo el resumen del pecado pasado, presente y futuro, de toda la humanidad, hombres y mujeres, que a través de toda la historia, desde Edén hasta el momento final del juicio, al final de los tiempos, el Señor resumió y empacó y envolvió todo el pecado de la humanidad y lo depositó sobre las espaldas sangrientas de su Hijo en la cruz del calvario.
Y en ese momento yo creo que el Señor experimentó un dolor que solo unos hombros infinitos como los de él, divinos, podían soportar. Porque el Señor tenía que ser un ser divino el que pagara el precio de la humanidad. Qué ser humano hubiera podido recoger dentro de su propio pecho toda la contaminación de la humanidad y sobrevivir sin que su pecho estallara en 50 mil pedazos por no poder contener, sus espaldas se deshicieran. Nadie podía, nadie tenía la suficiente capacidad, espacio dentro de su ser, para recibir todo lo que se necesitaba redimir, que era el pecado de toda la humanidad y pagar el precio para los que pecaron, los que pecaban en ese momento y los que habrían de pecar. Porque tu y yo, dos mil años después, dos mil y pico de años después, podemos apelar a ese momento retroactivamente y decir, ¿saben qué? Yo me remito a lo que Cristo hizo en la cruz del calvario. Yo pongo mi nombre en la lista de todos aquellos que a través de la historia dijeron, yo reconozco que en ese momento el Señor alcanzó mi salvación y mi redención, que por su muerte sustitutiva, mis pecados son también perdonados y el Señor echó mis pecados sobre las espaldas de Jesús.
Y cuando tu recibes a Cristo como Señor y salvador, cuando tu haces tu pacto personal con él, lo que tu estás haciendo es que tu estás poniendo tu nombre, tu identidad, tu persona, sobre los hombros de Jesús crucificado y estás diciendo, yo activo el poder redentor de Cristo y de la cruz para mí vida.
Y hasta que una persona no hace eso, ese acto heroico permanece como un mero potencial, energía potencial, no energía activa. Uno tiene que firmar sobre ese acto, uno tiene que personalizarlo, uno tiene que apropiarse de él para que eso que fue declarado allí, pueda tener realidad en nuestra vida.
Ese es el misterio y por eso es que a través de los tiempos la gente ha sido llamada a decir, ¿saben qué? Yo hoy recibo a Cristo como mi Señor y mi salvador, yo hoy, reconozco que lo que él hizo fue para mí y para otros también, pero para mí. Hay que hacer eso.
Porque eso fue lo que el Señor cumplió. Por eso dice, él fue un varón de dolores, él asumió toda la carga de la humanidad, experimentado en quebranto. El Señor era un experto, él tenía un phd en dolor y en sufrimiento y en quebrantos. Y dice como que escondimos de él el rostro. ¿Saben qué? Ese escondimos es algo colectivo e inclusivo que dice que no fue solamente los judíos, le hemos echado la culpa a los pobres judíos, han cogido las aguas por muchas cosas a través de los tiempos, pero no, ¿saben qué? Que tu y yo también escondimos el rostro del Señor. No solamente fue Pedro que lo negó, no solamente fueron los judíos que lo crucificaron, nosotros también con nuestros pecados hemos crucificado al Señor. Él vino por nosotros, él vino por ti y por mí, y nadie puede decir, ¿saben qué? Yo estoy exento de ese drama, u otros pecadores pero yo no. No, todos.
Dice la palabra asimismo, por cuanto todos pecaron. Fíjese que aquí todo es nosotros. Escondimos de él el rostro, usted esconde el rostro de alguien del cual usted se avergüenza, Sí o no? usted esconde el rostro de alguien cuyo predicamento o dificultad usted no quiere compartir. Usted se siente avergonzado o se siente aludido, o quiere escapar la responsabilidad o quiere escabullirse de lo que está sucediendo y cuando lo vimos allí en la cruz, así de una manera espiritual, preferimos caminar como los que caminar al lado del hombre herido en la parábola del buen samaritano y lo abandonamos, lo dejamos solo allí, escondimos el rostro de él, no lo estimamos.
Él no fue estimado por lo que él era. No lo entendimos, no le dimos el honor que él… la humanidad no lo entendió, no lo estimaron, no estimaron al Señor como debían estimarlo. Nosotros tampoco hoy en día, y una de las cosas yo creo que nosotros tenemos que recordar siempre, hermanos, es que Dios nos llama a estimar, a corregir esa falla terrible de no haber estimado al Hijo de Dios como él merecía.
En esta noche cuando nosotros le damos gloria y honra a él, nosotros lo estimamos y decimos, ¿saben qué? Queremos corregir esa falta, esa falta imperdonable, esa falta terrible. Eso es lo que nosotros hacemos, cuando adoramos al Señor, nosotros lo estimamos a él, le damos gloria y honra y le decimos, Señor, nosotros no queremos ser como esa humanidad que te rechazó. Queremos reconocer lo que tu eres.
Vamos a terminar ya, porque no quiero… yo creo que hemos hecho bastante en esta noche para reconocer lo que Cristo ha hecho en la cruz del calvario. Pero recuerde eso, que cada vez que nosotros nos reunimos en una reunión como esta, cada vez que venimos los domingos a la iglesia, cada vez que dedicamos tiempo para adorar al Señor, cantar como lo hemos hecho, escuchar estas hermosas alabanzas, lo que estamos haciendo es estimando al Señor, dándole la estima que él requiere.
Dios quiere que nosotros seamos un pueblo de adoradores, que nosotros entendamos lo que hacemos cuando cantamos. Mucha gente quizás que no entiende estas cosas se preguntará, bueno, por qué estos evangélicos cantan tanto? Caramba, que se conformen ya con un corito y un himno, y vamos a lo que vinimos. Hermanos, nosotros tenemos que entender cada día más y más que uno de los ministerios más grandes del pueblo de Dios es darle al Señor la estima que él merece, la gloria y la honra que él merece.
Bastante tiempo que la humanidad ha subestimado la dignidad de Jesús y una de las cosas que el Señor dice, mire, si ustedes no me adoran, las piedras van a tener que adorarme porque el Hijo de Dios tiene que ser adorado.
Yo le digo, Señor, ayúdanos a ser una iglesia de adoradores, una iglesia que se goce en darte a ti la gloria y la honra y que corrijamos esa falta de la humanidad de no darte el lugar que tu te mereces. Hermanos, una de las que el Señor nos está llamando, como hemos dicho, tantas veces estos domingos, es que con nuestra vida, nuestra vivencia, nosotros honremos su terrible sacrificio.
Usted podría pasar horas exponiendo este pasaje y otros pasajes de la Escritura que nos recuerdan todo lo que le costó al Señor nuestra salvación. Y por ese sacrificio nosotros tenemos que vivir una vida de entrega a él, de servicio a él. Hoy yo pido en esta noche que el Señor nos haga conscientes a cada uno de nosotros de cuán grande sacrificio compró nuestra salvación. Y que nosotros pasemos el resto de nuestros días dándole gracias al Señor por la cortesía que él tuvo, por así decirlo, de venir al mundo y dar su vida por nosotros y sufrir esa muerte horrible, y vivir esa vida de agonía perpetua, coserse a fuego lento desde que entró en el vientre de su madre como un embrión, hasta que el momento como hombre completo, sufrió la muerte en la cruz del calvario, tu y yo debemos recordar.
Por eso es que es importante, a mucha gente no le gusta, hay evangélicos que creen que la Semana Santa es una cuestión católica, como dicen, eso no tiene nada que ver. No, es para toda la humanidad. Yo creo que cada año es bueno que la iglesia se tome esta semana para recordar ese tiempo culminante, porque fue tan importante.
Pero nosotros tenemos que vivir así todos los días de nuestra vida. Una de las cosas que deseamos grandemente que esta iglesia también esté poblada de gente que sepa que el sacrificio de Cristo en la cruz fue costosísimo y que nosotros vivamos para él, para su gloria y su honra, vivamos una vida que lo honre a él, una vida de consagración, de entrega, de todo lo que tenemos, todo lo que somos, nada que tu le puedas dar al Señor es lo suficientemente apropiado para cubrir la deuda que tu tienes con él, sobretodo cuando tu piensas que no solamente ganó el Señor en su cruz tu salvación eterna, porque recuerda eso, una de las cosas que el Señor compró para ti y para mí es el hecho de que este mundo, esta tierra, este tiempo, este espacio que nosotros habitamos, es puramente temporero y relativo. Nuestra verdadera morada y destino está después de la muerte y eso nos da a nosotros una libertad increíble, un descanso, una liviandad de espíritu increíble, para los que tenemos la redención de Cristo Jesús en su sangre, la eternidad es nuestro destino. Es lo que nos espera, la vida es una antesala, es un mero momento de espera para lo que verdaderamente importa.
Óyeme, gózate en eso y dale gracias al Señor. Eternidad para ti y para mí. Nos vamos a ver allá en el cielo, hermanos, será mejor que aprendamos a amarnos y llevarnos bien aquí, porque tenemos una eternidad juntos. ¡Aleluya! Gloria al nombre del Señor.
Cristo compró ese privilegio en su cruz, su sufrimiento, su padecimiento. ¡Aleluya! Pero sabe, también aquí él compró para ti y para mí, en la vida, aquí, bendición, sanidad, poder, autoridad, esperanza, reconciliación emocional de nuestras emociones y sentimientos muchas veces en conflicto, acceso al trono de la gracia, poder venir ante el Padre y presentar nuestras necesidades a él, poder cambiar y ser mejores cada día, tener la energía y la motivación para mejorar, despojarnos de nuestras imperfecciones y defectos de carácter, y cada día ser mejores, como Cristo.
Es una vida de superación perpetua lo que nosotros tenemos aquí. Cristo lo hizo posible por sus llagas, por su muerte, por su sangre, por su padecimiento, por los azotes que recibió, por la agonía que experimentó, por esa cruz que traspasó sus huesos y sus tendones, sus músculos. Hoy yo sé que él compró vida y vida en abundancia para mí aquí en la tierra también. ¡Aleluya!
Su sacrificio en la cruz, por nuestro pecado él fue crucificado, pero su crucifixión él ganó para nosotros redención en la tierra y esperanza para una vida eterna con él. ¡Aleluya! Por eso nada que nosotros hagamos en este mundo por él, es excesivo, porque todo lo que nosotros podemos hacer es porque él lo ha hecho posible. Si hay algo de esperanza, algún elemento de gozo en nuestra vida es porque él lo hizo posible en la cruz del calvario. Nos redimió de ser simplemente seres atados al tiempo y al espacio, y cuando nos morimos dejamos de existir. Que terrible eso.
Nosotros sabemos que no, yo tengo significado eterno, porque Cristo lo hizo posible. gloria a su nombre. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Vamos un momentito, inclinen su cabeza ahora. Quiero que tomes un momento antes de salir de aquí esta noche para sellar todo lo que tu has escuchado en tu corazón y en tu espíritu. Dale gracias al Señor por todo lo que hemos hecho esta noche, por ser parte de una familia terriblemente bendecida. Yo amo al Señor cada día más y quiero servirlo más y ser más útil a él y me enamoro más del privilegio de ser parte de una familia espiritual como esta. Yo le doy gracias al Señor esta noche por todas las bendiciones recibidas, por ustedes, le doy gracias, por lo que él está haciendo entre nosotros, por lo que él hará, por esos niñitos que ahora tienen un destino diferente en nuestra iglesia, nuestras familias, porque el Señor lo hizo posible. Esta comunidad latina aquí en Boston, que Dios está bendiciendo y está levantando porque sus llagas todavía tienen efecto sobre nosotros.
Le damos al Señor. No queremos salir de aquí como okay, ya hicimos lo que tenemos que hacer, ahora me voy y borrón y cuenta nueva. Llévate todo lo que tu has experimentado a tu casa.