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Quiero continuar con esta serie que está dentro de una serie sobre la santidad, porque siento que el Señor nos ha llamado a meditar sobre esto, reforzar esos fundamentos, ponerlos bien sólidos en nuestras vidas, nuestras mentes como iglesia. Siento que este es un llamado de Dios en este año que hemos llamado un año de definición.
Recordarán ese mensaje que Dios me dio para compartir con ustedes la víspera de Año Nuevo, de definirnos como iglesia, definirnos como individuos, definirnos en el llamado de Dios para nuestras vidas y definir también lo que creemos, lo que somos y hemos estado hablando de diferentes cosas que distinguen a nuestra iglesia, elementos de nuestra fe, nuestra teología.
Y dentro de eso ustedes han escuchado nuestro entendimiento específico acerca de la santidad. Llamado a la santidad. Y hemos dicho que nuestra iglesia tiene un enfoque acerca de la santidad, primero, creemos que la santidad no es solamente apartarnos de cosas, no es solamente quitarse cosas, sino también es prepararnos para algo, apartarnos para servir al Señor. La santidad es, como vamos a ver en un momentito, un vehículo para algo que Dios quiere hacer nuestras vidas y a través de nosotros.
Segundo, decíamos a la santidad no es solamente un aspecto pasivo de las cosas, de quitarnos el aspecto digamos lo más burdo de los pecados, sino que es entrar hondo también en la santificación de nuestras emociones, actitudes, palabras, las relaciones humanas, la forma en que tratamos a la gente, la santificación de nuestros sentimientos, nuestros recuerdos. Es todo un proceso bien amplio.
Y el domingo pasado vimos esto en una manera gráfica tomando un texto de la Biblia, Colosenses 3, y viendo cómo el Apóstol Pablo, guiado por el Espíritu Santo nos llama a ir en una trayectoria de creciente santificación. Y vimos cuatro etapas, por lo menos, de perfeccionamiento del yo.
En la primera etapa, ustedes recordarán, no voy a detenerme demasiado, el Apóstol habla precisamente de lo que nosotros normalmente pensamos cuando pensamos en santidad, los pecados más gruesos del comportamiento humano. Fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos, avaricia, y decíamos que muchos cristianos se quedan solamente allí, enfocamos eso solamente. Pero eso es simplemente el primer nivel.
El Apóstol Pablo después dice, pero ahora ya habiendo trabajado eso un poco, porque siempre vamos a estar trabajando y tratando:
“…Pero ahora también dejen todas estas cosas, ira, enojo, malicia, blasfemia, no mentirse unos a los otros…”
La idea es, una vez que Dios te ha tratado en esas áreas más obvias y gráficas del pecado, entonces Dios espera que tu comiences también a someter tu interior al trato del Señor. Esa cosa que muchas veces minimizamos en la vida, que son el origen de tanto problema en la vida humana.
Qué es lo que divide la mayoría de las familias, las amistades, los matrimonios? No es que el amigo de momento le pegue un puñetazo al otro amigo y le deja el ojo amoratado y se separan. No, muchas veces ese amigo no es sincero, dijo algo fuera de tiempo, no perdonó al amigo cuando lo ofendió. Eso es lo que dividió. No son necesariamente las cosas peores. No es que le robó la cartera y se la llevó para la casa o que fue a la casa a comer y se llevó un plato.
Qué es lo que divide las iglesias muchas veces? No es el pecado más grueso, más obvio, es la murmuración, es la falta de lealtad, el ego no tratado por Dios, la mentira, las asperezas unos con los otros. Qué divide los matrimonios por igual?
Entonces esa dimensión es bien importante que la entendamos en la santificación. Pero Pablo dice, pero no pienses que solamente la santificación es dejar cosas y desvestirse de cosas, es también ponerse nuevas cosas. Entonces él habla:
“…Vístanse como escogidos de Dios, tercero, santo, amado, entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros, perdonándose unos a otros, si tuviera algo contra el otro…”
Usted ve? Cuando ya tu te has desvestido de todas esas cosas feas, dice, pero ahora vístete de cosas buenas también, no solamente destruyas, construye también. Dios te llama. Cómo está tu medida en esas áreas de bondad, benignidad, amor, paciencia, tolerancia, perdonar al que te ofende, decir cosas buenas de los demás, pensamientos positivos, bendecir a otros con tu buen trato. Cómo estás tu en esa dimensión?
Yo me tengo que medir todos los días con respecto a eso. Y entonces está el cuarto nivel dice, después que todas estas cosas tu las estás tratando dice:
“… Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto…”
Esa es, yo decía, la joya cúspide de la corona, el amor. Que el amor resume todo. Entonces, ven, lo que quiero, hermanos, es que entendamos eso. La santificación es la entrega de todo nuestro ser a un proceso.
Lo que quiero es continuar apretando esas tuercas porque Dios está hablándole a la iglesia. Yo creo que estos tiempos hermosos que estamos teniendo de adoración es porque a Dios le agrada lo que estamos haciendo. Hay cosas que están pasando en este pueblo que Dios está contento con ello. Y entonces cuando eso está , la bendición de Dios viene y Dios está llamando a esta iglesia a entregarse y consagrarse más. Y cuando yo digo esta iglesia te estoy diciendo a ti y a mí. Pon tu nombre allí.
Dios quiere que tu te entregues totalmente a él. Es un llamado a la santidad. Yo lo que quiero es dar un par de vueltas alrededor del territorio de la santidad y fortalecer algunas cosas que ya he dicho y verlo de otra manera y continuaremos quizás uno o dos sermones más yu después lo dejaremos descansar un rato, y volveremos en otro tiempo a tocar este tema, pero tu vas a seguir trabajando este tema.
Yo te puedo decir con toda seguridad que Dios está hablando a su pueblo y escucha, que privilegio saber que estamos en la voluntad de Dios como iglesia. Recibe esta palabra.
Somos un pueblo de sacerdotes, hermanos, por eso es que tenemos que ser santos. Los sacerdotes eran consagrados al Señor, somos un pueblo de sacerdotes apartados para servir y glorificar a Dios. Por eso, la santidad es tan importante para nosotros.
Si nosotros fuéramos simplemente un grupo más de gente. No, pero nuestra identidad nos lleva hacia la santidad. Tu identidad te lleva a la santidad. Mira lo que dice Primera de Pedro 2:9 al 11. Ya lo hemos leído en otro momento.
“…Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio…”
Fíjese real, no en el sentido de real versus falso, no, real quiere decir noble, como de un rey, nobleza. Tu no eres cualquier tipo de sacerdocio, tu eres un sacerdocio que perteneces a una realeza. Ahora, eso no es para que tu mires desde tu altura a la gente allá afuera. No, al contrario, con humildad, mansedumbre. Tu no lo mereces y yo no lo merezco, la sangre de Cristo nos compró ese privilegio, pero somos sacerdotes y sacerdotisas que pertenecemos a una casta de nobleza, real, príncipes y princesas es lo que nosotros somos, hermanos.
Somos una nación santa, apartada. Agios quiere decir eso, apartado de y para. Un pueblo adquirido, porque nos compró con sangre preciosa. El Evangelio no es gratis, el Evangelio costó vida, la vida del Hijo de Dios, adquirido para que anunciéis la virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Entonces nosotros somos un pueblo de sacerdotes reyes, princesas y todo sacerdote, todo rey era consagrado a su función. Venía el profeta y lo ungía con aceite y esa unción quería decir, tu estás apartado, tu estás sellado para un destino, una función y tu eres un vehículo ahora para un propósito que Dios tiene para tu vida.
Oh, si nosotros nos viéramos así. Lo que pasa es que nosotros no tomamos conciencia de lo que somos en Cristo, la posición que ocupamos. Venimos a la iglesia y un día ponchamos la tarjeta, pasamos al frente, levantamos la mano y como que todo sigue igual, business as usual. Pero yo creo que a veces fallamos en no enseñar al pueblo que mira, cuando tu pasar al frente o en una célula recibes a Cristo, o solo quizás en tu casa un día te tiraste al piso y dijiste, Señor, yo te necesito, eso te selló con una identidad nueva. Si alguno está en Cristo, nueva criatura es.
La mayoría de nosotros no tomamos consciencia de eso. Qué es lo que tu eres en Cristo? Y eso quiere decir que tu estás sellado, si Dios nos ayudara comenzando conmigo, a entender eso. Mi identidad me impone una santidad, un comportamiento. Un rey no puede andar por ahí en la calle jugando con los muchachitos bolitas en la acera. No, un rey camina y tiene que comportarse.
Cuándo usted vio a la reina Elizabeth aparecerse en una barra de Londres a tomar cerveza con las amigas? No. Ella se mantiene bien alejada. Usted la ve desde allá moviendo como una muñequita de los carros. Hasta eso le enseñan cómo hacerlo de una manera muy diferente a los demás. Si yo lo hago usted se ríe, pero a ella, no. Todo el mundo, sí, la reina. Porque su posición le impone un comportamiento en la vida.
Los franceses dicen noblece oblige, quiere decir, la nobleza obliga. Sabe que los reyes y las princesas ni siquiera se podían casar con quien querían, tenían que casarse con un príncipe a veces feísimo pero tenía dinero, nación, tierra y los reyes querían emparentar una nación con la otra. Entonces, las princesas y los príncipes eran meros peones, eran piezas movedizas para los intereses de las naciones. Entonces, cuando dos naciones querían hacer la paz o querían unir sus ejércitos o sus territorios, usaban a los hijos, los casaban y la princesa, la pobre, quizás estaba enamorada del que limpiaba el piso, precioso, pero tenía que casarse con este renacuajo porque era el príncipe de la otra nación. Y la pobre, como princesa, tenía que hacer eso porque ese era su deber.
La gente nada más piensa en los privilegios de los príncipes y las princesas, pero hay que eximirse de muchas cosas. Y así eres tu, tu eres un sacerdote, una sacerdotisa. Entonces, esa nobleza tuya te obliga a cierto comportamiento. Y yo creo que nosotros siempre tenemos que decir, qué soy yo? Quién soy yo? Quién yo soy? Yo me tengo que decir eso continuamente, hermanos. Eso me ayuda a mantenerme dentro de mi posición cuando la carne o lo que sea está arrebatándonos en otra dirección. Tu tienes que decir, quién soy yo, cuál es mi identidad? Somos un pueblo de sacerdotes y por eso es que tenemos que ser santos delante del Señor.
Otra cosa acerca de la santidad. La santidad es un requisito para el servicio a Dios. Si tu quieres servir al Señor tu tienes que santificarte, tienes que entrar en el asunto de la santidad. Por qué? Porque miren los utensilios del templo, las vasijas, los candelabros, las mesas, los salones del templo, las cortinas, todo cuando era iniciado para el servicio del templo, eso era apartado, eso era santo delante del Señor, terriblemente santo.
Si el sumo sacerdote quería dar una fiesta, no era como que iba a venir… okay, vamos a hacerlo en el templo porque es bien bonito y está bien decorado. Así que hoy ponemos de vacaciones el templo y hoy es para una fiesta. No. Era santo, apartado.
Los sacerdotes se santificaban también. Y asimismo pasa, si tu quieres servir al Señor tu tienes que caminar de cierta manera. Eso es lo terrible. Por eso dice el Apóstol Pablo, no os hagáis maestros muchos de vosotros sabiendo que recibiréis mayor condenación.
Hay mucha gente por ahí que quieren ser pastores, demasiada gente, yo diría. Pero es porque piensan solamente en los privilegios del pastorado. Oh, la gente te escucha, te puedes poner una corbata, no tienes que ir a la factoría más, ahora la gente diezma y tu vives… y la gente piensa solamente en eso, pero no piensan en la gran, terrible responsabilidad y peligro que es caminar en el ministerio.
Y asimismo tu, si tu diriges una célula, si estás en el ministerio de alabanza, si estás en los hujieres, si estás representando en alguna manera pública tu iglesia y el Reino de Dios, óigame, tiembla y teme delante del Señor. No es que te pongas neurótico tampoco, pero sí entiende lo que eso implica, que tu representas al Señor y para tu tener un servicio efectivo tu tienes que vivir de cierta manera, porque tu quieres que la gracia del Señor corra a través de ti.
Entonces, la santidad siempre ha sido un requisito. Los reyes tenían que ser santificados, los profetas tenían que ser santificados, los sacerdotes tenían que ser santificados, los utensilios tenían que ser santificados, el templo mismo, el mismo templo que Salomón construyó llegó un día en que lo consagraron. Dice que vino la presencia de Dios y se metió como una nube, y dice que los sacerdotes tuvieron que tirarse al piso, todo el mundo se cayó allí. La presencia del Señor fue tan densa y tan poderosa que nadie pudo permanecer y eso fue como la consagración del santuario.
Cuando los judíos después se corrompieron y comenzaron a usar el templo en maneras indebidas y el pecado cundió aún en el mismo sacerdocio israelita, dice la Biblia, que la presencia del Señor se fue del santuario porque ya no era un lugar santo, ya no era el lugar apartado para Dios.
Los judíos siguieron haciendo sus cosas pero ya la presencia de Dios no estaba allí. Después vino el destierro y todo lo demás, y la invasión babilónica y toda la destrucción de Israel y Judá.
Y muchas veces así estamos viviendo una doble vida y seguimos haciendo las cosas y como que nada pasa. Pero mira, ya la presencia del Señor se fue, se alejó, contristaste el Espíritu Santo. Y tenemos que volver a buscar esa presencia de Dios en nuestras vidas. Y por eso es importante porque la santidad es un requisito para el servicio al Señor. Si tu sirves al Señor, quieres servir en alguna manera, santifícate, santifiquémonos.
Otra cosa acerca de la santidad. La santidad es el pre requisito para las bendiciones. Una cosa es servicio, otra es bendición. Porque no todo en el Reino de Dios es solamente trabajo. Hay tiempo también para celebrar el sábado y el día de descanso, disfrutar con la familia, comerse un pollo asado la noche del sábado y la noche antes del sábado, como hacen los judíos.
Para el judío el sábado es la cosa más sagrada y más bella. Pero los fariseos convirtieron el sábado en algo rígido, farisaico, religioso, pero no, el sábado se supone que sea el día del Señor, se supone que sea un día de alegría, gozo, celebración. Se supone que los judíos se vistieran con su mejor ropa, la noche del viernes había una comida, la ama de casa preparaba la mejor comida. No se supone que se hable de negocios en las 24 horas del sábado. Nada que traiga trabajo o recuerde la factoría o lo que tu dejaste. Todo tiene que ser gozo, celebración, juego, disfrute, diversión, ir a la sinagoga y adorar al Señor.
Óigame, si nosotros entendiéramos esto así, aún el sábado, el día de reposo, tenemos que consagrárselo al Señor porque a Dios le gusta que su pueblo celebre. Dios te dice, será mejor que celebres sino te voy a dar por la cabeza. Óigame, ese es un mandamiento, hay que gozarse.
Entonces, no todo es trabajo, hay bendición también. Pero cómo vas a tu recibir la bendición? A través de la santidad. La santidad es el receptáculo idóneo para la bendición en la vida del creyente. Romanos 121:1 y 2 dice:
“…Entreguemos nuestros cuerpos como sacrificio vivo, dice al final, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta…”
En otras palabras, para que experimentéis y confirméis y veáis que es real, y que entendáis cuál es la bendición que Dios tiene para vuestras vidas. Cómo tu vas a confirmar lo que Dios tiene para ti? Tienes que vivir en santidad.
Mucha gente dice, pero no siento el gozo del Señor. Dios me prometió tantas cosas y no las estoy experimentando. Es posible que una de las razones sea porque tu vida no está preparada para recibir las bendiciones. Hay cosas que obstaculizan. Dios desde su trono dice, bendición para ti, pero entonces en el camino la bendición se pierde porque rebota contra tu vida que no está adecuada.
Tu compruebas la buena voluntad de Dios cuando te santificas y entregas tu vida al Señor. Qué dice Juan 15:10?
“Si guardares mis mandamientos, santidad, permaneceréis en mi amor así como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor…”
Mire lo que dice también el versículo 7:
“…Si permanecéis en mí y mi palabra, mis mandamientos, principios, permanecen en vosotros pedid todo lo que queréis y os será hecho…”
O el Señor estaba en ese momento eufórico y se le pasó la mano o eso es lo que él quiso decir. Si tu permaneces en Cristo y Cristo en ti, su verdad, su palabra, sus principios, sus preceptos están en ti y tu en él, mira, pide por tu boca. Por qué? Porque tu mente estará alineada con lo que Dios quiere. Tu le vas a pedir al Señor cosas que son para tu bendición. Ahí pide que Dios tiene para ti todo lo que tu quieras. La santidad es el requisito para las bendiciones de Dios.
Así es que tu puedes comprobar. Por qué dice Cristo, de nuevo, llevad mi yugo sobre vosotros porque mi yugo es fácil y ligera mi carga? Y dice, y encontraréis descanso para vuestras almas. Que paradójico. La manera de encontrar descanso es llevando el yugo. Cuál es el yugo? Los mandamientos, los principios, los preceptos, las barreras que Dios pone, el cerco alrededor del abismo.
Si tu quieres experimentar la bendiciones del Señor santifica tu vida, purifícala cada día más. Otra cosa, la santidad es la plataforma para la manifestación del poder de Dios en sus siervos. Aquí el énfasis está en el poder de Dios y la santidad. Hay una conexión entre el poder de Dios y la santidad.
Volviendo a Juan que es un Capítulo precioso, de paso, para la vida consagrada y en comunión con Cristo, léalo después y medite en él, Juan 15:16 dice:
“… No me elegisteis vosotros a mí sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca para que todo lo que pidieres al Padre en mí nombre, él os lo de…”
De nuevo, esa misma idea de la bendición y la provisión de Dios. Qué dice Josué 3? Qué le dijo el Señor a Josué cuando lo estaba preparando para servirlo a Dios? Josué 3:5 dice:
“… Y Josué dijo al pueblo, santificaos porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros…”
Yo creo que Dios le está diciendo a esta iglesia algo parecido y a mi propia vida también, santifíquense porque yo tengo la intención de hacer maravillas a través de ustedes. Hermanos, eso me persigue dondequiera que yo voy. Este fin de semana estaba en Maine hablando con una cantidad de gringos allá en la parte norte de Maine, era una conferencia y estaba yo sentado y en un tiempo de oración y adoración me fui a una esquina y me senté en el piso, minding my own business, como dicen. Y viene un norteamericano que no me conoce y dice, Dios va a desatar su poder en tu vida de una manera que tu ni siquiera te imaginas.
Hermanos, y esa palabra me ha perseguido por muchos años. Yo sé que un día Dios tiene sus propósitos. Yo no creo que es mi imaginación porque yo le he dicho, Señor, aparta esto de mí porque como Abrahán me lo ha estado diciendo ya durante tantos años, digo, bueno, cuándo se va a cumplir? Pero yo estoy esperando. Soy un hombre en espera, pacientemente esperé a Jehová. Se inclinó a mí y escuchó mi clamor.
Pero yo creo que Dios le dice a esta iglesia por igual. Las cosas tienen que ser en el tiempo de Dios, de paso, yo no pienso sacar una partida de tarjeta de profeta o Apóstol. Apóstol Roberto Miranda, bueno eso es asunto de él. Yo estoy aquí tranquilito, yo hago mi negocio, yo atiendo la tienda del Señor y él sabrá cuándo hace las cosas, porque cuando se hacen en el tiempo de Dios, eso es maravilloso, no en el tiempo del hombre. No hay que fabricar la unción. La unción tiene que ser real. Lo que Dios quiere en el siglo XXI es una unción real, que rompa muros y que explote ciudades. Eso es lo que Dios quiere. Lo otro es fácil de fabricar muchas veces. Pero eso es aparte.
Lo que Dios le dice a esta iglesia es eso, iglesia León de Judá, yo quiero hacer maravillas a través de ustedes. Dios le dijo eso a Josué cuando estaban listos para ya finalmente entrar en la tierra prometida después de 40 años en el desierto. Ya, era el momento de la verdad, iban a confrontar gigantes, iban a confrontar a Jericó precisamente. Y Dios le dijo, circuncídame a todos los varones, todo los hombres, la circuncisión era señal de pertenencia a Dios. Era un sello doloroso, gráfico, que decía, en la esencia misma de tu virilidad, allí yo voy a poner una marca que tu me perteneces a mí. Es como sellar una res con un hierro candente. Así fue que Dios decidió, mire cómo es Dios?
Las pobres hermanas se libraron de eso, pero yo creo que en el corazón Dios te dice, circuncídate hermana también. Pero le dijo, circuncídense. Hoy la circuncisión no es hecha con manos de hombres, hoy es en el corazón y en la mente, de paso, en el espíritu.
Estás tu circuncidado? Pero Dios le dijo, circuncídalos primero antes de que yo los pueda usar. Santifícamelos primero. Porque la santidad es el pre requisito, es la antesala del poder. Si tu quieres que el poder de Dios corra a través de tu vida con autenticidad, tienes que santificarte. Hay un precio que pagar. Entonces, la santidad es la plataforma sobre la cual descansa y aterriza el poder de Dios en la vida de un hombre o una mujer.
Otra cosa acerca de la santidad es que nos protege de los ataques y acusaciones del enemigo. Ponga aquí el énfasis sobre protección, nos protege. Porque es una forma de guerra espiritual. Hay mucha gente que vive reprendiendo al diablo, pisoteando al diablo y declarando confusión sobre el diablo, y el diablo tranquilito con un palillo en la boca y haciendo lo mismo que él hace siempre. Por qué? Porque no están en santidad. Es así, hermanos.
Mucha gente que no hay suficiente diablo para todos los evangélicos que han destruido al diablo y ya lo han matado, lo han pisoteado, lo han enterrado, lo han expulsado, ya no queda diablo, si fuera por los evangélicos que declaramos la destrucción sobre Satanás. Y él vivito y coleando como era hace cinco mil años sobre la tierra.
Pero es esa idea, también hay que cubrirse las espaldas. El diablo, diabolos quiere decir acusador, el diablo es el fiscal que te acusa, esa es su función. Y el Señor quiere protegernos pero si hay impureza en tu vida, si hay pecado en tu vida, nuestra vida, esa es un permiso que él tiene para hacer estragos en tu vida.
Yo les decía a los hermanos que dondequiera que hay pecado en nuestra personalidad, nuestra mente, nuestra vida, es como que el diablo anda tanteando dentro de nosotros a ver dónde encuentra un punto de conexión con lo que él es, su naturaleza. Yo digo que el diablo tiene como un alambrito, al final tiene una punta de metal puramente desnuda y él anda tanteando dentro de ti a ver dónde encuentra fornicación, impureza, mentira, resentimiento, venganza, depresión, tristeza, duda, temor, blasfemia, y cuando él… aquí encontré algo, ahí está. Y hace así y amarra ese punto de tu personalidad y por ahí él canaliza su energía y destruye tu vida, hace estragos.
Porque dice la palabra, cuando alguno de vosotros peca no diga que fue Dios que lo tentó, porque Dios no tienta a nadie, sino que sois tentados cuando de vuestra propia concupiscencia sois tentado.
Qué es lo que el diablo usa como su plataforma de aterrizaje? El pecado que está en ti y en mí. Lo que se parece a él. Por eso el Señor Jesucristo dijo una vez, vámonos de aquí porque viene el diablo y yo nada tengo que ver con él. El Señor no tenía nada que ver con Satanás, ni Satanás con él. Satanás no podía encontrar nada que se pareciera a él en Jesús.
Ahora, en muchos de nosotros, olvídese que él puede ser ciego y va a encontrar algo enseguida. Verdaderamente una de las formas de protegernos, porque muchas veces nosotros estamos en situaciones prácticas, relaciones, espacios donde Dios, por su santidad y su respeto a su propia ley no puede protegernos como él quiere. Y después le echamos la culpa al Señor.
Estábamos por allí borrachos, manejando el carro a 80 millas por hora, nos estrellamos contra una columna, y después le echamos la culpa al Señor cuando estamos en el hospital con la pierna con un yeso. Así pasa muchas veces.
Tenemos que vivir en cierta manera para que Dios pueda protegernos y guardarnos de los ataques del enemigo. La santidad es la mejor forma de hacer guerra espiritual. Es económica. Usted no tiene que estar reprendiendo ni peleando con el diablo ni nada, simplemente vive una vida limpia, pura. La santidad es la mayor protección, la mejor forma de guerra espiritual.
Ahora, los próximos momentos quiero detenerme sobre este aspecto. Está basado en ese pasaje de Romanos 7:14 al 25 donde Pablo abre su corazón delante de nosotros. Es uno de los pasajes más íntimos de toda la Escritura, donde este gran hombre de Dios nos deja ver su alma, nos deja ver su intimidad, su lucha personal que él tiene.
Sabe que muchas veces los pastores andamos por allí presentándole a la gente una imagen de inviolabilidad, invencibilidad. Y la gente dice, guau, que tremendo varón de Dios. Si yo pudiera algún día hacer algo así. No, el pastor es un hombre como cualquier otro, el mismo sistema nervioso, la misma lucha. Estamos involucrados en la pelea, en la batalla, y sabemos la responsabilidad que tenemos, pero hay una lucha. Ese diácono que parece un casto varón, está luchando por dentro si es honesto. Esa mujer de Dios que parece que ya lo tiene todo arreglado, y que se va a ir al cielo con todo y zapatos y pantalla, tiene lucha, si es honesta.
Y Pablo nos dio un ejemplo de honestidad porque la santidad es un proceso, no es un estado. Mire qué dice Pablo aquí en Romanos 7:14:
“…Porque sabemos que la ley es espiritual, más yo soy carnal…”
Este es el hombre que escribió dos terceras partes del Evangelio, el hombre que tuvo una visión tan grande de Cristo que no le fue ni siquiera permitido compartirla, el hombre que Cristo mismo lo llamó personalmente, tumbándolo del caballo, el hombre que envió a alguien para que orara por él para que recibiera el bautismo del Espíritu Santo, el hombre que Dios escogió para abrir brecha del Evangelio en el imperio greco romano. Ese hombre está diciendo:
“…Yo soy carnal, vendido al pecado, porque lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco, eso hago…”
Algunos evangélicos, yo los oigo por allí todavía en la iglesia, que no les gusta que la gente diga, bueno, yo soy pecador. Y yo entiendo. A mí no me gusta decir yo soy pecador, pero en un sentido es honesto decirlo. Puede decir, yo soy inclinado al pecado. La naturaleza humana es eso. El mundo, el universo está inclinado hacia el pecado. Hay trampas que nos llevan a eso. Pero aquí dice:
“… Yo soy carnal, vendido al pecado…”
Muchos súper espirituales, hermano Pablo, jamás diga eso. Está confesando negativamente. Este es Pablo diciendo, yo soy carnal, vendido al pecado. Ahora, entienda lo que él está diciendo, no es que él es un esclavo del pecado. Él está siendo bien dramático allí porque después en el Capítulo 8, es un Capítulo de increíble bendición y seguridad. Pablo no se queda.
Es lo que yo digo, que siempre la confesión de pecado tiene que estar acompañada también de una declaración de libertad en Cristo Jesús. En el Capítulo 8 usted verá es como otro hombre, pero aquí él dice, mire, hay una dimensión sombría de mí, siniestra de mí, “porque lo que hago no lo entiendo, no hago lo que quiero sino lo que aborrezco, eso hago.”
Cuántas veces usted puede decir eso, hermano? Después que se salió esa palabrita, uy, se mordió la lengua, pero si yo dije que no lo iba a volver a decir? Ahí está. Usted prometió que no iba a gritarles más a los niños pero vino un muchachito le derramó el jugo en su silla favorita y salió el viejo, no tan viejo, hombre o mujer. Y otra vez, yo que dije que iba a tratar a mi hijo y lo iba a bendecir en vez de criticarlo. Es así. No hago lo que quiero.
“…Y si lo que no quiero eso hago, apruebo que la ley es buena…”
En otras palabras, si yo soy así es bueno que haya leyes en el mundo. El mundo moderno quiere que se quiten todas las leyes. Hey, lo que tu quieras, amén. Si hoy te levantaste con deseos de ser mujer, gloria a Dios. Si te sientes femenino, pues ponte una ropa femenina, una bata delicada y suelta tus gestos y haz lo que tu quieras.
Si mañana te sientes como un macho cabrío para comerte las niñas crudas, pues, amén, hoy tienes testosterona saliéndote por las orejas. Y la gente quiere… y nos critican a nosotros porque respetamos la ley de Dios. Hermanos, la única defensa para la humanidad es la ley de Dios.
Qué nos trajo el vivir en el mundo sin barreras? Destrucción. Qué pasaría si en las grandes carreteras no hubiera muros y protecciones, vallas alrededor, en esos caminos de México y de Centroamérica y el Caribe, esos barrancos, qué sería si no hubiera algo en esas montañas que protegiera contra nosotros mismos? El mejor lugar, el lugar más seguro para un hombre o una mujer es dentro de las barreras que Dios ha establecido.
Y Pablo dice, entonces apruebo que la ley es buena, “… y si lo que no quiero esto hago, apruebo que la ley es buena, de manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí…”
Es como que hay una presencia, hay un ejército enemigo dentro de mí y dentro de ti, hermano, así Pablo lo ve, porque él no se explica. Él quiere pero algo lo arrastra. Cuántos pueden decir, me identifico contigo, Pablo? Gracias por escribir eso allí. Porque la santidad es un proceso. Los evangélicos empobrecemos lo que es la santidad queriendo convertirlo en algo simplista, sencillo, ya pasaste al frente, ya te vestiste con una ropa suelta y vestido largo, todo eso es bueno, amén, pero ya eres santo. Mentira. Ahí comenzó la cosa, olvídese.
Es más, el diablo te va a dar más duro precisamente por eso. Es una lucha continua. Y yo sé que en mí, esto es mi carne, en esta biología mía, no mora el bien porque el querer el bien está en mí pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
Léase ese pasaje es una psicología increíble. Pablo estaba hablando con un psiquiatra y simplemente hizo la transcripción de su conversación. Esa es la lucha por la santidad, hermanos, nadie dijo que es fácil, ni que es sencilla.
Por eso yo les digo a ustedes, en esta iglesia habrá dos cosas, la predicación de la palabra de Dios, clara, precisa y parta por donde parta, pero también habrá misericordia y un entendimiento de que es una lucha y un proceso a largo plazo. Va a haber las dos cosas, gracia y santidad, las dos cosas unidas.
La gente se va de un lado o del otro. Aquí vamos a tratar de mantenernos en la vía media. Habrá una declaración clara de lo que Dios espera y exige y habrá también misericordia y un entendimiento de que es una lucha y una batalla y un proceso a largo plazo y para toda la vida. Las dos cosas.
Así que no se deje escandalizar ni atemorizar porque usted escucha un mensaje como este, y se vaya a la casa diciendo, no, hombre, yo me quiteo porque yo esto no voy a poder hacerlo. No. Hay compañía, estás entre otros que estamos luchando también y te decimos, ven, únete a este grupo de gente que está en peregrinaje. Ven, juntos vamos a apoyarnos unos a otros. Cuando tu caigas, yo te voy a levantar, si yo caigo tu me levantas. Me cubres las espaldas, oras por mí, nos animamos en el camino de la fe. Cuando tu vas a esos discipulados en el frío de diciembre o enero y te refugias ahí una hora hablando con tus hermanos y discutiendo la Escritura, fortaleciéndose en los buenos propósitos de la vida, eso es la vida cristiana.
Si fallaste, confiesas, pides perdón, haces un propósito renovado de santidad y sigues para adelante. Habrá santidad y misericordia siempre. Por eso la Biblia nos deja estos precedentes aquí, porque no es fácil. Siempre vamos a estar avanzando hacia la santidad.
En Colosenses decía eso, pero habiendo hecho esto, vayan a esto y después de eso póngase esto, y después de lo otro, póngase finalmente los accesorios, hermanas. Es un proceso, y ese proceso dura toda la vida.
El mismo Pablo nos recuerda eso, Filipenses Capítulo 3, versículo 13 al 15. Está recibiendo, hermano? Cuántos se han dormido? Si se ha dormido no va a escuchar lo que estoy diciendo, pero haga algo, muévanse para yo ver que están vivos. Filipenses 3:12, dice Pablo:
“…No que lo haya alcanzado ya ni que ya sea perfecto, – mire lo que dice el Apóstol Pablo. Yo Pablo, digo, yo no he alcanzado todavía lo que estoy predicando, no he alcanzado la perfección de Cristo, todavía no soy perfecto, no estoy completo, me falta y tu vas a tener que decir eso hasta el día de tu muerte. No soy perfecto, no estoy completo, me falta todavía, pero no lo digas con agonía, dilo como un comienzo más bien.
Ahora qué dice Pablo? “… sino que prosigo…” Yo le decía a los hermanos, coja un poster y escriba con letra bien grande ‘prosigo’ y póngalo en la nevera, en la puerta de la nevera esta semana, prosigo. Yo digo que la vida del cristiano es como una flecha que prosigue hacia su blanco, siempre esa flecha está viajando en el espacio. Tu vida es así. Tu caminar en la fe es así. Tu eres una flecha. No has encontrado tu descanso, el Señor te renueva en el vuelo, pero tu sigue, esa flecha sigue, sigue, sigue hacia adelante poniéndose mejor, yo espero, cada día. Tu prosigues en la lucha, en la batalla.
“… prosigo por ver si logro asir, agarrar, aquello para lo cual fui también agarrado por Cristo Jesús…”
Cristo te agarra, agárrate de Cristo también. Un pentecostal invénteme un corito, Cristo te agarra y tu agarras a Cristo, algo así. Él te agarra, tu lo agarras. Hermanitas, no ponga otra cosa, es a Cristo que tenemos que agarrar y es Cristo que nos tiene que agarrar a nosotros también.
El Apóstol Santiago dice, acercaos a él y él se acercará a vosotros. Hay una mutualidad. Dice, yo prosigo para ver si logro agarrar a aquel que me agarró a través de la cruz. Hermanos, por si acaso hay confusión, dice, hermanos, de nuevo, yo mismo, Pablo, con todo lo que Dios me ha dado y me ha bendecido, y que predico tanto, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado.
Ahora, una cosa hago, dice, olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Si usted lee las cartas de Pablo, usted verá que a Pablo le perseguía una cosa, era el recuerdo de cuando él persiguió a la iglesia, cuando él estuvo presente cuando estaban apedreando al pobre Esteban y le dieron la ropa a Saulo para poder coger mejor puntería y tirarle más duro a ese siervo de Dios que estaba muriendo allí a pedrada limpia. Y Saulo en su confusión farisaica, recogió la ropa de esta gente para que mataran mejor a Esteban. Y eso le perseguía.
Pablo decía que él era el menor de los Apóstoles, porque él había perseguido al pueblo de Dios. Pero fíjese lo que dice, yo creo que eso es lo que estaba en su mente. Dice, pero olvidando lo que queda atrás, ciertamente me extiendo a lo que está adelante.
Pablo hubiera podido permitir que esa imagen de su pasado lo congelara y le impidiera seguir sirviendo al Señor, pero él dijo, no, ¿Sabe qué? Yo echo a la basura eso, me olvido de eso. Yo ahora voy para adelante. Si tu fallaste hoy es un nuevo día, arréglate la ropa, límpiate, confiesa, haz un voto de fidelidad y sigue adelante y no dejes que el diablo te siga acusando de los mismos pecados una y otra vez.
Qué ha pasado en tu vida? Qué pecado grande has cometido? Ponle el nombre allí. El diablo quiero que tu pisotees ese charco el resto de tu vida y que tu no lo sirvas, que te sientas acusado y frágil. Dios dice, mira, sigue para adelante. Yo estoy contigo, hay que seguir adelante. Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Es un proceso que dura toda la vida y habrá momentos en que le vamos a fallar al Señor pero tenemos que ponernos de pie y seguir adelante. La santidad involucra lucha, conflicto interior, una decisión deliberada, lo que vimos en Romanos 7:21 al 23.
Si tu no haces una decisión en algún momento, vas a tener problemas. Tiene que haber un momento de crisis en tu vida, en que tu determines que hoy es el día en que ya yo resuelvo este asunto para siempre. Hay mucha gente que viene a la iglesia y están posponiendo, es como esos novios que nunca se comprometen con la novia, la visitan, van a comer, hacen una cantidad de cosas y la pobre muchacha dice, bueno, pero cuándo me vas a poner el anillo? Cuándo nos vamos a casar? El tiempo está pasando, el reloj biológico está avanzando. No sé si estoy hablando a alguien, estoy profetizando. Pero hay mucha gente así en el Evangelio que están en el Evangelio pero no ha llegado ese momento de crisis en que se consagran finalmente.
La verdad es que todavía están a ver si viene alguien mejor en el camino. Como hay tantos hombres y mujeres así. Están ahí por si acaso les falla otra cosa, pero si ven una mejor opción, dejan a este y cogen lo mejor. Y así está mucha gente en el Evangelio. Están en el Evangelio pero psicológica, subconscientemente, no ha habido un momento de decir, ¿Sabe qué? Quemo las velas, ya no hay vuelta atrás. Ya no vivo yo más Cristo vive en mí. Ya yo sé cuáles son mis metas, mi fórmula para vivir y ya voy para adelante. Y me consagro, me entrego. Ya cerré el negocio. No estoy ya a la venta más.
Hay muchos hombres que vienen a la iglesia y están en el jueguito, mujeres por igual. Yo sé de lo que estoy hablando, hermanos, porque son cosas que yo mismo brego con ellas, he bregado con ellas y soy un psicólogo porque me conozco a mí mismo, me estudio a mí mismo. Y yo sé que hasta que no llegue ese momento de quemar las velas y morir, el diablo lo sabe y Cristo lo sabe también, y tu lo sabes subconscientemente, porque los juegos de la mente humana, son la cosa más horrible. Es un abismo sin fin.
Tiene que haber un momento que tu decidas, ya, me consagro, voy a vivir esta vida auténticamente. Tiene que haber una decisión de parte tuya. Y ¿Sabe qué? Muchas veces posponemos eso porque creemos que vamos a convertirnos en gente fea, aburrida. Es todo lo contrario. Ahí es donde Dios te va a liberar para ser esa persona bella y hermosa que tu puedes ser. Es el pecado lo que no te deja ser como tu. El diablo te dice, si sueltas eso te vas a convertir en una cosa fea y desagradable. Y Cristo te dice, no, yo quiero darte vida y vida en abundancia para que te rías, para que goces, para que seas bello, para que te inviten a la fiesta porque tu vas a ser la vida de la fiesta, de lo lindo y lo conversador, y liviano que vas a ser en tu vida.
Pero involucra lucha primero. Hay que hacer una decisión. No es producto de nuestro esfuerzo tampoco. Mire todo lo que yo estoy diciendo, hay una decisión, hay que luchar, hay que batallar, pero no lo convierta en una cuestión de obras. Tu nunca vas a poder ser santo por ti mismo, tu vas a depender de la ayuda del Espíritu Santo. El Espíritu Santo en ti te va a dar la fortaleza, la palabra de Dios morando en ti, los principios del Reino de Dios sobre los cuales tu vas a meditar, las conversaciones nobles que vas a tener, los libros buenos que vas a leer, la música santa y bella que vas a escuchar, las cosas constructivas de las cuales vas a ser partícipe, esas cosas te van a fortalecer en el camino hacia la santidad.
Es el espíritu de Dios que se va a ir apoderando más y más de ti y viviendo su vida a través de ti, no eres tu produciendo la santidad, porque sino, eso se convierte en obras y entonces la obras llevan al orgullo. Y en Cristo las obras quedan anuladas para que nadie se gloríe. No, es Dios en ti, la palabra en ti, la vida de Cristo en ti. En la medida en que tu te cedes al Señor, te entregas como un sacrificios vivo, santo, agradable, el Señor va completando su obra en tu vida. No eres tu quien tiene que hacerlo, es Cristo en ti.
Permaneced en mí y yo en vosotros, y llevaréis muchos frutos. Como el pámpano no permanece si no está pegado al árbol, así vosotros nada podéis hacer sin mí, dice el Señor, porque fuera de mí nada podéis hacer. Es pegándote a Cristo, enchufándote a Cristo que la energía de Cristo correrá a través de ti, te permitirá hacer lo que Cristo quiere que tu seas.
Escribe eso y llévatelo a la casa y entonces desmóntalo. La santidad requiere un reconocimiento sincero y activo de nuestra condición pecaminosa. La santidad comienza cuando nosotros le entregamos al Señor nuestra vida y sabemos que yo soy pecador, Padre, y necesito tu gracia.
Cómo dice el salmista? Porque yo reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí. Si tu disimulas tu pecado, si tu lo disfrazas, si tu lo niegas que lo hay, Dios no te puede sanar. Todo comienza cuando tu le confiesas al Señor, yo estoy en lucha y necesito tu gracia, Señor. Tienes que reconocerlo primero.
La santidad debe perseguirse en paz y dependencia del Señor. No con ansiedad y sentido de culpabilidad. No con rigidez, porque eso se convierte en fariseísmo. No, es en paz. Tu te relajas, y cuando te relajas la gracia del Señor puede fluir más a través de ti.
Nuestra justificación ya se dio por medio de Jesús. Ya nosotros somos agradables al Señor, lo que yo digo es que los frutos de justicia, las buenas obras no son para que Dios nos bendiga y nos salve, es porque Dios nos ha bendecido y nos ha salvado, por eso nosotros nos comportamos en santidad. La santidad no es para salvarte, es porque eres salvo. Es un fruto de justicia.
Finalmente, hermanos, basado en ese pasaje, os ruego que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, yo les recuerdo que la santidad no tiene que ver solamente con lo sexual, lo obviamente inmoral o moral, sino que tiene que ver con lo ético, las relaciones humanas, el carácter, el uso de nuestros recursos y posesiones, la perfección total del yo. Es la entrega total del ser para el uso y la gloria exclusiva de Dios. Descansa ahora en el Señor.
Tomo un momentito. Recibe todo esto que has experimentado y éntralo hondo en tu corazón y en tu mente. Hay un llamado que Dios te hace. León de Judá, Dios nos está llamando. Jóvenes, allá arriba, dondequiera que estén escuchando, jóvenes adultos, yo sé que las hormonas están fuertes en ustedes, pero Dios les llama a una santidad que conviene a la casa del Señor. Hombres, mujeres de Dios, ciñámonos los lomos para pelear la buena batalla, proseguir al blanco. Vamos a limpiarnos, vamos a purificarnos, vamos a ponernos el uniforme de la santidad que es un uniforme bello. No es un uniforme falso, es un uniforme genuino.
Hombres y mujeres que han pagado el precio, lo pueden usar con honra. Dios te llama, te estoy profetizando ahora, Dios te llama, me llama, nos llama a una vida santa, agradable a Dios.
Reciba esta palabra. Pongámonos de pie. Tome algo aquí, séllelo en su corazón y en su espíritu. Recuerden lo que les digo, parte de la santidad es entregar al Señor el sábado, el día de descanso. Si queremos que Dios se mueva vamos a tener que hacer ajustes, porque la palabra de Dios tiene que ser predicada. Es la manera en que vamos a ser lavados y edificados, informados y educados y entrenados. Es todo, es la enchilada completa, desde la a hasta la z.
Cuando tu salgas de aquí sigue dedicándole este día al Señor y tu vida al Señor, todo tu ser y mañana cuando comiences en el trabajo, dedícale tu trabajo al Señor. Conságraselo al Señor. tu carro, conságraselo al Señor. Tu radio, tu tocador de compact disc o lo que sea, tu ipad, tu computadora, santifícala. Tu hogar, tu familia, tu matrimonio, tu mente, tus emociones, tus recuerdos, tu voluntad, tu intelecto, conságraselo al Señor.
Tu profesión, conságrasela al Señor, tu forma de vestir, conságrasela al Señor, tu sexualidad, conságrasela al Señor, tus apetitos, conságraselos al Señor. Tu forma de divertirte, tu sentido del humor, conságraselo al Señor, tus amistades, conságraselas al Señor. Todo, todo, entrégaselo al Señor. Pon todo sobre la mesa del sacrificio, te dice el Señor.
No solamente ahora y aquí, no, cuando tu salgas llévate el plato de la santidad, llévatelo contigo. Esta comida que Dios te ha dado. Hijo, yo quiero usarte, hijo, yo quiero bendecirte, hija, yo quiero que tu seas mi sacerdotisa. Joven, yo quiero hacer de ti un gran evangelista, un maestro de mi palabra, hombre, quiero ponerte a ser un entrenador de líderes, quiero usarte para avanzar mi reino, circuncida tu corazón, tu mente, tu cuerpo, tu ser. Purifícate. Pídele al Señor eso.