No hagas acepción de personas

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Capítulo 2 de Santiago, versículo 1 al 9. Dice: Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor, Jesucristo, sea, y aquí está la clave de este segmento, sea sin acepción de personas. Vamos a ser pentecostales, dígale a su hermano al lado suyo “No hagas acepción de personas”. Dígaselo a alguien allí.

No hacer acepción. ¿Qué quiere decir hacer acepción de personas? Vamos a verlo porque el libro desarrolla eso. La palabra aquí hacer acepción de personas, una forma muy elegante de decir ‘discriminar’. Que no haya discriminación. Que no haya discriminación racial, económica, étnica, nacional, entre los hijos de Dios. No haya, no puede haber, es una contradicción que el Señor aborrece. Cuando el pueblo de Dios hace discriminación o descriminación unos entre otros, o con personas que son todos creados a la imagen y semejanza de Dios. Porque si en vuestra congregación entra un hombre, por decirle, con anillo de oro y con ropa espléndida, un traje de tres piezas, y también entra un pobre con vestido andrajoso.

Piense el rico aquel y Lázaro, de la parábola de Jesucristo. Y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: “ven, muchacho, siéntate tú aquí, en buen lugar”, y decís al pobre: “estate tú allí en pie o siéntate aquí bajo mi estrado. Échate para un lado, hombre, que hay que darle preferencia a la gente decente, la gente de bien”. ¿No haces distinciones entre vosotros mismos y venís a ser jueces con malos pensamientos? En otras palabras, estás haciendo una distinción, un juicio sobre la calidad de esa persona y estás distinguiendo en la calidad de una persona u otra, y nosotros no tenemos derecho a hacer eso.

Todos somos creados a la misma imagen del Señor. Tenemos la estampa de Dios en nuestros corazones, en nuestras vidas, en nuestro espíritu, y no podemos estar discriminando ni enjuiciando, diciendo “este es mejor que el otro”. Eso no nos toca a nosotros hacerlo. Entonces dice: hermanos míos, amados, oíd. ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?

Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la escritura, amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis. Pero si hacéis, otra vez el término, si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos por la ley como transgresores. Definitivo esa palabra. Es que Santiago no tiene pelos en la lengua. Santiago es un pastor, y eso es algo que nosotros tenemos que entender. A veces, yo pensaba en eso esta mañana también que hoy en día, ya ahí ya comienzo a irme en otra pero está bien, eso es parte, pensaba esta mañana que en este país tenemos como una epidemia de esencia en el púlpito donde la gente viene a la Iglesia y exigen de los pastores una especie de predicación que no ofenda ni confronte ni incomode. Y los pastores hemos caído en esa trampa, muchos de nosotros.

Hemos caído en la trampa de que como que se nos ha ido cada día estrechando más y más las paredes de las posibilidades que nosotros podemos predicar y de las cosas que podemos tocar desde el púlpito porque es como mala etiqueta o mala ética pastoral o protocolo, hablar de cosas que le incomoden el almuerzo a la gente después que salen de la Iglesia el domingo, y eso es una trampa del diablo. Cuando yo miro el estilo de la escritura, primeramente, esa palabra profética, clara, directa. Cuando escucho el tono de Pablo, por ejemplo, cuando habla a los Corintios, la claridad. Cuando oigo a Jesucristo también, hablando directamente a sus discípulos y a las multitudes, diciendo: ustedes me buscan a mí porque quieren comer de los panes y los peces que yo les ofrezco.

Y los discípulos dicen: Mira, se fueron todos. ¿Ustedes también quieren irse? Váyanse. No es que seamos tampoco agresivos ni abrasivos en la predicación pero yo creo que nuestras Iglesias tienen que entrenarse para venir y sentarse allí y recibir la palabra de Dios no adulterada, pase por donde pase y quiebre lo que quiebre. Nos toque a nosotros y nos parta por mitad o pase de largo y le toque al que está detrás de mí o al lado pero tenemos que acostumbrarnos como Iglesia. Una Iglesia madura, una Iglesia espiritual es una Iglesia que viene y que les da derechos a sus pastores y a sus líderes a hablar la palabra del Señor, aunque vaya en contra de la cultura que prevalece, de los rumores, de la cultura actual o de la nación, no importa.

La Iglesia tiene que preservar el derecho de los pastores de hablar con claridad. Y los pastores tenemos que pelear y retener ese derecho. El momento en que nosotros sacrificamos el derecho de hablarle claramente al pueblo de Dios hemos abdicado del llamado de ser atalaya, o pueblo del Señor. Y por eso aprecio tanto al pastor Santiago su forma de escribir. Cuando usted lee, el tono de este libro es un tono eminentemente pastoral, al ras del suelo. Hay claridad, hay un estilo directo, hay temas que tienen que ver con la vida diaria, como este tema de la congregación. Y a Santiago no le importa quién se ofenda, y no es tampoco como que él se ha hecho el propósito de ofender.

Pero él simplemente declara la palabra del Señor, caiga por donde caiga, y si a alguien le cabe el zapato, que se lo ponga. Yo les pido, mis hermanos, que siempre como Iglesia nos acostumbremos a tener esa forma, esa ética, ese concepto. Venimos a la casa del Señor a escuchar palabra de Dios. Y si salimos incómodos, Gloria a Dios. Nos ajustamos a la palabra del Señor. Y si la palabra del Señor nos ofende, pues ese es problema mío, no del pastor que la predica. Si está predicando la palabra del Señor, no está tirando directas, o expresando su carnalidad, o que la mujer le quemó la comida antes de venir a la Iglesia, entonces hay que recibirla como sea y hay que ajustarse a ella.

Y quiera el Señor que esta Iglesia siempre retenga ese compromiso con la palabra de Dios, gústele a quien le guste o no le guste a quien no le guste. Es un propósito que hacemos delante del Señor y ese es mi primer sermón de la noche. Hay una ñapita para ustedes pero me gusta cómo él habla. Él habla claro y es tan importante eso, porque la carta de Santiago, como siempre les he dicho, es la carta de un pastor, y entonces él trata muchos diferentes temas, muchos temas diferentes como hacemos los pastores, que tocamos una cantidad de diferentes temas acerca de la vida, y como dice, hay un pasaje que es como una persona que saca de un saco un tesoro, y saca cosas viejas y cosas nuevas. Y así nosotros hacemos con la palabra del Señor.

Entonces Santiago está tomando aquí un tema muy, muy importante y es eso de hacer discriminación, y evidentemente, él está hablando de algo que él ha visto y ha experimentado, porque en el versículo 6 él dice: Pero ustedes han afrentado al pobre. Ustedes lo han afrentado, lo han desconsiderado, lo han avergonzado, lo han descuidado, lo han despreciado. Yo no sé a quién él le está hablando. Evidentemente le escribe a una comunidad específica. Algunos dicen que era una comunidad judía, cristiana. Pero también es una carta como universal a toda la Iglesia de Jesucristo dondequiera que esté y a través de todos los tiempos.

Pero está hablando de algo que él había experimentado. Yo imagino, ustedes tienen que imaginarse en este tiempo de la Iglesia. Imagino que es antes del final del primer siglo, donde tiene que ser. Él está escribiendo acerca de cosas que él mismo ha visto y oído acerca de Jesucristo, pero Santiago es hermano, es hermano de Jesucristo. Este es hermano, uno de los hermanos de Jesús. Entonces él está hablando de un período en la Iglesia de transición, donde sí, la Iglesia está compuesta, mayormente, de gente pobre. Si usted lee por ejemplo en la primera de Corintios, donde… deja ver si lo consigo rápidamente, donde el apóstol Pablo habla acerca de que no sois muchos sabios o ricos o importantes sino… ¿Cómo?

1:26, eso es. “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios, según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, sino que lo necio de mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a los fuertes; y lo vil de mundo y lo menospre¬ciado escogió Dios, y lo que no es para deshacer lo que es." ¿Quiénes fueron los primeros en aceptar el Evangelio, en el siglo primero? Era la gente pobre.

La Iglesia al inicio estaba hecha de gente pobre, sencilla, ignorante, según los valores del mundo, porque siempre los pobres han sido los primeros en aceptar la palabra de Dios, los que no tienen nada que perder, los que necesitan esas buenas nuevas del Evangelio, de que hay un Dios que no hace acepción de personas, un Dios que nos ama tal y como somos, un Dios que quiere levantarnos, un Dios que toma al débil y lo hace fuerte, al pobre y lo hace rico y lo prospera y lo bendice.

Esas son la gente. Los ricos todavía están enamorados de su dinero, por eso que el Señor dijo “más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entrar en el reino de los cielos”. ¿Por qué? Porque los ricos tienen tantas cosas, y no solamente ricos en dinero, sino ricos en conocimiento, en prestigio, en influencia, en elegancia. Por ejemplo un profesor universitario quizá no sea rico, pero es rico en influencia y es rico en elegancia y en intelecto. Entonces de esa riqueza intelectual que tiene esa persona, un artista o lo que sea un escritor. Quizá no tiene dinero material pero tiene capital intelectual, y elegancia, influencia, prestigio.

Toda la gente que tiene algo que lo apega a este mundo, que tiene algún tipo de capital en este mundo tiene dificultad en entrar al reino de los cielos, porque entrar al reino de los cielos requiere que tú dejes una cantidad de bagaje. Por eso Cristo le dijo al joven rico: “mira, deshazte de tu dinero, ve al ATM ese que tienes y saca todo y dáselo a los pobres, entonces sígueme, y vas a encontrar el descanso que tú necesitas”. El rico no pudo hacer eso. El joven no pudo hacer eso. No pudo despojarse de su influencia. Entonces a través de los siglos hemos visto eso siempre. Es la gente humilde, la gente sencilla de corazón los que primero abrazan el Evangelio. Son los sedimentos que Dios usa, la base que Dios usa para construir la Iglesia y para construir cualquier movimiento.

Así pasa en todos nuestros países. En la República Dominicana, de donde yo vengo, ¿Quiénes fueron los primeros que aceptaron el Evangelio? Los pobres. Los ricos, no. Cuando los pobres se convertían, la gente de bien de la familia los pateaba y los echaba de la familia. Esos pobres fueron los que entonces poco a poco fueron estableciendo el fundamento. Eran los palitos débiles y delgados que se usan para prender un fuego. Y después entonces vienen los troncos grandes. Los artistas, los ricos, pero ya cuando es más fácil entrar al Evangelio, cuando los pobres han pagado el precio, entonces comienzan a venir, que ah, fulanito. Sí. El Coronel fulanito de tal está ahí.

Después que le robó a medio mundo, y le hizo daño entonces viene ahora a sentarse allí pero no ha dado el dinero que le robó a la gente. Ese es otro tema, perdónenme. Los jueces, que cogieron dinero de la gente, los contratistas que le robaron a la gente en la construcción. Ahora sí, ahora vienen porque es fácil la cosa. ¿Entiendes? Amén. Gloria a Dios que vienen, pero los que pagaron el precio fueron los pobres, los que primero introdujeron en Evangelio. Entonces los otros cuando ven la bendición. Claro, ¿a quién no le gusta eso? Como dice el merengue. Entonces vienen ellos también.

Entonces yo creo que en ese tiempo Santiago está viendo una Iglesia quizás que está comenzando a atraer, de vez en cuando viene una persona rica, Dios la toca. Como esas primeras mujeres del Ministerio de Jesucristo, como un Nicodemo, como un Centurión. De vez en cuando entra alguien que Dios lo toca de alguna manera. Cornelio, gente de distinción y de poder. Algo pasa en sus vidas y deciden visitar una Iglesia en vida. Ahora ¿qué pasa? Que cuando viene esa persona, evidentemente vestida con un traje de Ives Saint Laurent o una corbata de 85 dólares, o de 500, el pastor lo ve desde el púlpito. ¡Un rico! ¡Una persona importante! ¡Gloria a Dios! ¡Aleluya! ¡Qué bueno!

Y enseguida lo que hacen es buscan quitar al pobre del asiento. Que se siente para que vuelva otra vez, para que se sienta. Es una cosa de las cuales sufrimos nosotros los pastores, baja autoestima. Entonces cuando viene la gente importante a la iglesia, negociantes, esto, lo otro, el profesor de teología, del Seminario, espero que aquí no haya ninguno para que no vaya a pensar que estoy tirándole indirectas. Pero de una vez nos- hay como una tendencia a querer agradar, y entonces como disminuir la unción, bajar la temperatura de la iglesia, llevar el estilo de la congregación a un nivel mediano para que venga más de ese tipo de gente.

Es uno de los terribles peligros de este tiempo. Hay mucha gente intelectual allá afuera, hay mucha gente de cultura que quieren entrar al Evangelio pero dicen: “Antes de entrar al Evangelio, ustedes tienen que cambiar su mensaje. Ese estilo de alabanza ahí que se toman demasiado tiempo y la gente que llorando al frente y levantando la mano y tirándose al piso, eso no me gusta. Así que si usted quiere…” No te lo dicen así directamente pero es la idea. La cultura se encarga de ir poco a poco robándole la opción a la iglesia. Y como nosotros queremos agradar a esa gente y que vengan a nuestro púlpito, mejor dicho, que vengan a nuestra iglesia, y los pastores sufrimos de baja autoestima y nos encanta ver esa gente en nuestras iglesias. Porque es un reflejo de nuestro ministerio.

Oh, tú tienes a fulanito de tal, tienes al alcalde, tienes al concejal, eso quiere decir que tú eres un hombre influyente tú. Entonces es una psicología, es un problema psicológico de los líderes de una congregación, que se ven reflejados en la gente de importancia, entonces nuestra tendencia es subconscientemente, ir bajando y quitando todo lo que moleste a esas personas y es una forma en que el diablo seduce a la iglesia, le mata su unción, le roba su mensaje, la neutraliza para entonces darle el jaque mate y destruirla.

Nosotros los pastores, los líderes, las congregaciones tenemos que tener mucho cuidado. Tenemos que hacernos mucho psicoanálisis continuamente, tenemos que hacernos terapia a nosotros mismos de la palabra y distinguir cuando esa semilla de corrupción está entrando a nuestro corazón y a nuestra mente y decir: “No, Señor, yo no voy a cambiar lo que es de Dios, por agradar a un hombre o una mujer o una cultura o un segmento de la ciudad o lo que sea, hermanos.” Y eso es una batalla. Yo estoy aquí expresando quizás los pensamientos con los cuales yo lidio todos los días, porque hoy en día hay tanto que está pasando en este mundo, este país se está volviendo loco, sinceramente.

Y la presión que hay sobre los pastores, sobre las iglesias, sobre los líderes de las congregaciones para que nos vayamos con la cultura allá afuera. Porque esa cultura ellos quieren entrar, ellos tienen necesidad de lo que nosotros tenemos. Y pero ellos dicen “sí, pero para entrar ustedes tienen que quitar una cantidad de cosas que a nosotros no nos gustan”. Y nosotros tenemos que hacer una firme intención de que jamás, jamás negociaremos la revelación una vez dada a los santos, Señor. No importa a quien no le guste. Si el presidente Obama quiere venir aquí y visitar, tiene que atenerse a las consecuencias. Porque si el Señor habla una palabra ese día, corte por donde corte, y nosotros tenemos que hacer ese compromiso.

Yo creo que por eso es que Santiago, él está discerniendo ese proceso de aculturación de la Iglesia, porque desde que la iglesia comenzó, o si usted estudia la historia de la Iglesia, uno ve eso. Uno ve esa iglesia pobre, insignificante según el mundo, llena del poder de Dios, con la unción del Señor, que comienza a manifestar la bendición y la prosperidad que Dios da a los que lo buscan con corazón sincero.

Y entonces el proceso gradual del crecimiento y entonces entrando a otra capa de la sociedad, otro estrato de la sociedad, más próspero, más avanzado, entre comillas, comenzando a entrar al recinto de la Iglesia, y la Iglesia entonces sintiendo, y la tendencia de los líderes a darle preferencia a esa gente a expensas de los que pagaron el precio al principio, lo cual culmina de hecho, la historia de la Iglesia, con la conversión del Emperador Constantino. Esto fue en el siglo cuarto, cuando el Emperador romano, cuando Roma, que había perseguido tanto a los cristianos, Constantino el Emperador se convierte al Evangelio, y con él se convierte toda, forzadamente o como fuera, toda su corte, el ejército romano, mucha de la sociedad romana, desgraciadamente viene la corrupción de la Iglesia.

Entonces deviene esa afluencia inmensa de gente importante, influyente según el mundo y abruma la Iglesia y abruma la pureza de la Iglesia. Y eso es un proceso que se ha repetido a través de los siglos. En todos los países del mundo, nuestros países ahora en Latinoamérica están viviendo ese proceso, donde hace 40 años, de nuevo, la Iglesia evangélica era de los pobres, los pentecostales ahí con su moño arriba y con su falda larguísima, y los hombres sin barba ni bigotes. Tenían que ser muy santos. Y entonces ahora poco a poco hay otra capa. Los Juan Luis Guerra, Gloria a Dios, y ver que un hombre sincero y precioso venía oyéndolo a él mientras venía en el radio. Mi carro iba tum-tum-tum. ¡Gloria a Dios!

Amo, amo toda esa música y gloria a Dios por cada artista que se convierte, y toda la gente importante, yo los quiero en mi Iglesia, vengan unos cuantos ricos y me den dos millones de dólares para pagar el templo. Gloria a Dios. Los recibimos pero que se sienten atrás, y si no hay otro asiento, que se queden parados allí atrás. A menos que no queramos porque son nuevos y por una cortesía, un domingo digamos que se sienten. Pero después, ya usted sabe a lo que tiene que atenerse. Pero no, no quiero tampoco decir que son hipócritas ni nada. Lo que quiero decir es eso, que estamos viendo ahora los artistas de cine, los gobernadores, los presidentes, los candidatos a políticos que quieren los votos de la Iglesia metidos en la Iglesia.

Y nosotros tenemos que tener un discernimiento muy grande de parte del Señor y hacer un compromiso. Nosotros, nuestros valores, son de otro mundo, de otra dimensión. Y una de las cosas es un compromiso con la igualdad de todo ser humano, con la estampa de Dios que está en su corazón, con ese espíritu que no conoce de andrajos o de ropa noble y lujosa. Es el Dios que está dentro de esa persona, el espíritu santo que está en esa persona. Eso es lo que nosotros tenemos que ver, usted tiene que pasar a través del mal olor, del pelo enmarañado por la falta de jabón y ver el espíritu del Señor, el alma que está dentro de ese hombre o de esa mujer.

Eso no se ensucia, es decir, es valioso. Ahora, un día va o al infierno o al cielo, pero eso que está ahí es la misma esencia de Dios. Eso es lo que el diablo siempre quiere ensuciar y destruir y matar, y mandar al infierno. Porque él sabe que eso es el corazón de Dios mismo. Y nosotros siempre tenemos que enamorarnos del dios que está en cada hombre y en cada mujer, sinceramente. El espíritu del Señor que está. Y cuando usted habla, sea una persona pobre, sea una persona rica, hágase una terapia usted mismo, quítele la ropa esa, andrajosa, rica, lujosa, o andrajosa y pobre, y vea simplemente ese ser que es el ser desnudo, el ser que Dios creó, el alma de la persona. Y ame a esa persona, respétela, venérela.

Por eso yo siempre creo que tenemos que, sea quien sea, la persona en Mc Donald’s que te sirve las hamburguesas, hermano, el que coge tu ticket en el autobús, el mesero que te sirve la comida, está simplemente haciendo un trabajo pero es un hijo de Dios. Y tú tienes que tratarlo con esa preferencia, con esa honra, con ese respeto, porque tú tratarías al dueño del restaurant o al dueño de la compañía de autobús, a lo que sea. Porque es un hijo de Dios, una hija de Dios, que te está sirviendo, está haciendo una función, eso es todo. Pero su alma no está tocada por su bajeza o su altura. Ante el Señor eso no quiere decir absolutamente nada.

Entonces yo quiero transferir ese valor, hermanos a nosotros como congregación, como Iglesia. Esa es la verdadera diversidad, de la cual este mundo habla hoy en día y no entiende lo que están diciendo, han pervertido la idea de diversidad, de pluralismo, pero yo creo que la Iglesia debe ser el lugar de mayor diversidad de toda la tierra, donde el blanco y el negro y el rojo y el amarillo están sentados allí todos iguales delante del Señor, reflejando la imagen de Dios y la belleza de todas las razas y todos los tipos y todas las culturas. Y estamos honrando al Señor y gozándonos en nuestra diversidad.

El centroamericano sentado al lado del caribeño, al lado del anglosajón, al lado del europeo, al lado del suramericano, del indio, de lo que sea, y gozándonos en que todos tenemos la imagen de Dios en nuestro corazón, en nuestro espíritu. Amén. Hermano, este debe ser el valor siempre que esta congregación sostenga y no vamos a cambiar eso. Yo reprendo a cualquier persona que quiera decir lo contrario acerca de nuestra Iglesia porque el valor que esta Iglesia oficialmente oppose, sostiene, es un valor de igualdad, de amor los unos por los otros. Aquí yo espero que no haya distinción de personas jamás, acepción de personas de ningún tipo, sinceramente. Porque yo adoro la idea de que nuestra Iglesia sea una Iglesia egalitaria, una Iglesia de amor por las culturas y las razas y los tipos y las nacionalidades, los grupos étnicos.

Tenemos que aprender a darle gracias al Señor, yo creo que una de las grandes bendiciones que Dios le ha dado a esta Iglesia es su diversidad. De hecho que tenemos docenas de nacionalidades aquí. Y qué bello. Cuando yo miro a mi alrededor y veo los colores de todo el pueblo de Dios, los tipos, el indígena todavía con sus facciones hermosas de Centroamérica y el negro y el mulato caribeño y el blanco desteñido de Europa y de Inglaterra y de Estados Unidos y Norteamérica, y el asiático, gloria al Señor por esa belleza, esa diversidad. Tenemos que gozarnos en eso, tenemos que celebrar eso, y que nadie se atreva jamás a pensar que porque aquel es diferente a mí, yo soy mejor que él o él es inferior a mí. Una mentira del diablo, y eso es lo que el diablo ha usado para destruir tanto en este mundo, para hacer tanta opresión, tanta persecución.

El alemán contra el judío, el blanco contra el negro, el bautista contra el pentecostal, Anabautista contra el otro que cree otra cosa, el luterano. Y esas son distinciones del diablo, no son de Dios. Y nosotros tenemos que hacer un compromiso radical, siempre respetar y ver la belleza de cada raza, cada grupo social, cada estrato socioeconómico, educativo, y ver de nuevo el Dios que está en cada uno de nosotros, el espíritu santo que mora en cada hombre, la belleza de Dios en la diversidad, que la han hecho morar en medio de nosotros. Las iglesias deben reflejar la diversidad del mundo, yo no creo en Iglesias de clase media, de clase media alta.

Hay pastores que se desviven porque quieren ministrarle a la clase media y la clase alta. Dios reprenda al diablo. Yo quiero ministrarle a pobres y ricos, y a norteamericanos y latinos y afrocaribeños y a blancos, lo que sea, y es el privilegio más grande que uno puede tener. Las Iglesias deben ser tan diversas como la comunidad en la cual se encuentran, como la raza humana es diversa. Así nosotros también tenemos que ser. Una representación. Y tenemos que- cuesta trabajo y esfuerzo aprender a convivir unos con los otros. Cuesta trabajo. El colombiano que habla con su acento muy distinguido, tiene que aprender al caribeño que corta las R y las vuelve íes. Y por qué, en vez de decir por qué. Y cuando tú lo escuches, haz una traducción tú ahí en tu oído y aprécialo por lo que es.

Así tenemos que hacer en todo sentido, en todo sentido. El dominicano que le gusta su comida con ajo y picante tiene que aprender a gustar de la comida del centroamericano, tan rica. Es una tostada o una pupusa o lo que sea, son cosas ricas. Okay, que el sancocho colombiano, a veces le echan de que crema. Uno dice “¿Crema? ¿Cómo va a hacer eso? Lo dañó”. No aprende a gustar el sancocho del colombiano allá del norte de Colombia, y también el colombiano que aprenda a gustar el sancocho con la yuca y los plátanos y la ñame del dominicano, y aprendamos a administrarnos unos a otros, y a amarnos unos a otros en nuestra diversidad. Eso es algo especial.

Y yo creo que parte de lo que está diciendo Santiago aquí es ese valor, el valor del aprecio de las razas y de los niveles socioeconómicos, no hacer acepción de personas. Quiera el Señor en esta noche que esto sirva para afianzar nuestro compromiso con la Iglesia, hacer siempre una Iglesia de gran diversidad y de amor entre nosotros y de aceptación desde todos los diferentes grupos, y consagrémonos, consagrémonos a mantener eso como un valor y hacer el trabajo que requiere eso, porque no es natural, requiere esfuerzo, y requiere como una ética que usted ponga en práctica. Cada vez que usted viene a la iglesia o se asocia, no busque a la persona que se parece a usted y habla como usted cada día para sentarse al lado de ellos. No. Busque alguien diferente.

Diga “hoy yo voy a coleccionar a otra persona diferente, de otro estrato, de otra cultura, de otras razas, de otro acento, y hoy me voy, hoy voy a comprometerme a cultivar esto, hermano”. El Señor dice: si tú invitas solamente a tus amigos, los que te pueden invitar después, entonces no hay mérito en eso. Invita al que no te puede invitar a su casa. Invita a alguien diferente a ti, incomódate para afirmar los valores del reino de Dios. Incomódate. Y por eso es que no crecemos muchas veces, porque nos gusta lo cómodo, nos gusta el tibio ese del agua de nuestra gente y nuestra cultura pero de vez en cuando tenemos que salirnos de eso, porque así es que crecemos y culturalmente aprendemos otras palabras, otros acentos, otras comidas, otras formas de ver el mundo, acerca de otra cultura, otro lenguaje. Es incomodándonos.

Y eso yo creo que es una de las cosas que Dios le ha dado, uno de los regalos que le ha dado a esta congregación, es poder alcanzar a mucha gente. Y eso, hay un precio, porque cada domingo cuando… yo quisiera ya que dejáramos como una norma, de que yo no tuviera que preocuparme de nada porque hay diez personas nuevas de otro grupo aquí hoy el domingo visitándonos, como que cada día tenemos que volver otra vez a darle a la manigueta para sentirnos cómodos porque se pone- es muy fácil cuando todos hablamos el mismo idioma, somos la misma gente de todos los días, todos los domingos lo mismo. Pero entonces, okay, ahora tenemos que traducirnos unos a otros y hacer esto y bilingüe y que qué sé yo qué y qué sé yo cuánto.

Pero ¿Sabe qué? Eso es una gran ofrenda que agrada al Señor, ese es el Evangelio, de un holocausto, que nosotros le damos al Señor, de incomodarnos para que los valores del reino de Dios sean manifestados a través de nuestra vida congregacional y eso tenemos que hacer un compromiso, sí señor. Esta Iglesia siempre se incomodará para que los valores por los cuales Cristo murió, siempre estén en manifestación mudamente entre nosotros. Que al tú mirar de arriba nuestra vida, esa sea nuestra mayor adoración. No las palabras que salen de nuestra boca sino nuestra vivencia, la forma en que nos tratamos unos a otros, la forma en que nos preferimos unos a otros, la forma en que nos valoramos unos a otros, la forma en que amamos al que no es amable, según los valores del mundo, pero que es eminentemente precioso ante los ojos de Dios.

Entonces una congregación honra al Señor con sus vivencias, sus valores, su comportamiento, su sinceridad, su transparencia, su humildad. Esa es nuestra verdadera adoración, como dice Romanos, capítulo 12. No es la de la boca sino del alma que se deja quebrantar y triturar por los valores del reino y es reconfigurada conforme a los valores de Dios y no del hombre. La cultura, la sociedad del mundo. Entonces yo creo que eso está todo contenido en ese pasaje de esta noche. Quiere el Señor en esta noche reforzar ese valor. Yo lo declaro proféticamente como un valor para esta Iglesia. Mientras esta Iglesia esté aquí, que ese sea su distintivo y esa sea su norma.

Padre, en el nombre de Jesús, en esta noche, recibimos tu llamado a ser una Iglesia que refleje los valores por los cuales Cristo murió. Él se hizo pobre siendo rico, se hizo débil siendo poderoso, se hizo específico siendo universal en su gloria, en su poder, se limitó siendo ilimitado. Que así nosotros, Señor, como Iglesia, podamos incomodarnos como él se incomodó y meternos en la camisa de fuerza de tu humanidad, para que la gloria tuya sea manifestada.

Y Padre, creemos que en esa humillación nuestra, en esa incomodidad a la cual nos sometemos, entonces seremos levantados, como Cristo fue levantado y le fue dado un nombre, sobre todo nombre. Queremos que nuestro triunfo, Padre, sea a través de la cruz, a través de la muerte al yo y a las preferencias personales. Que si tú vas a levantarnos, Padre, sea conforme a los valores de tu reino, no conforme a los valores del hombre o de la cultura. Que esta palabra se quede en nosotros, Señor, en esta noche, y la declaramos, Padre, como fundamento para esta congregación y reprendemos todo lo que no se alinee con esa verdad que hemos declarado en esta noche.

Lo rechazamos, Padre, y abrazamos este valor del amor incondicional a toda criatura que lleve la estampa de tu deidad en ellos. Gracias por esta noche, gracias por el privilegio de adorarte como te hemos podido adorar, gracias por tu visitación, Señor. Llévanos a nuestros hogares gozosos en esta noche, Padre, renovados. Te bendecimos y te adoramos. Gracias, Señor, en el nombre de Jesús. Amén y amén. Gloria al nombre del Señor, hermanos, Dios les bendiga. Gloria a Dios. Amén.